miércoles, 24 de junio de 2009

La única revolución debe ser la del corazón del hombre.

Esta afirmación fue hecha por Juan Pablo Segundo a una multitud que lo escuchaba en Quezaltenango, Guatemala, a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, con ocasión de uno de sus memorables viajes a Latino América. Por aquellos años se desarrollaba en mi país una guerra civil no declarada, que dejó aproximadamente doscientos mil muertos y a muchas personas como desplazados internos y hacía México, país que acogió a muchos de esos refugiados.

Para explicar las causas de ese enfrentamiento armado hay muchos estudios. Una tesis es que esa guerra se originó 36 años antes porque se buscaba justicia social y que había que instaurar un nuevo orden económico, político y social. Otra tesis es que en países como el nuestro se libraba una guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Nosotros pusimos los muertos y ellos las armas.

Finalmente, un 29 de diciembre de 1996, se firmó la “paz firme y duradera”. Para llegar a ese momento hubo previamente una serie de acuerdos. En teoría todos esos acuerdos fueron para sentar las bases de un “nuevo proyecto de nación”. Es irónico que una de las conclusiones que más se repiten es que no hubo ni ganadores ni perdedores. .Los que dicen esto se refieren al ejercito y a la guerrilla. La realidad es que ¡sí! hubo perdedores, estos son los miles de muertos y las familias y comunidades que se desintegraron, los niños huérfanos, los niños adoptados, etc. A manera de conclusión, y para contribuir a mantener una memoria histórica, para que esto no se vuelva a repetir, se hicieron dos informes, el oficial y otro de la Iglesia Católica. En ambos hay un recuento de muertos (combatientes, población indefensa: niños, mujeres, ancianos), de masacres, de atrocidades, de crímenes y de todo lo que sucede en una guerra.

Hoy, trece años después, podemos comprobar que no se dio la paz firme y duradera ni se han cumplido los acuerdos de paz. Guatemala al igual que la mayoría de países de América Latina mantiene la misma estructura social, económica y política de hace quinientos años, cuando nacieron a la vida como repúblicas independientes. Las guerras fratricidas como la nuestra no cambiaron el estado de cosas. Los pobres continúan siendo más del cincuenta por ciento de la población. La extrema pobreza sigue creciendo con nuestras economías neo liberales. El sistema de exclusión y de racismo se ha perpetuado. En Guatemala nuestros índices de desarrollo humano son de los más bajos del mundo. Las tasas de mortalidad infantil son altas, lo mismo que de desnutrición, de falta de vivienda decorosa, de falta de trabajo, de educación formal, de analfabetismo, etc. Y sumando a eso que día a día nos estamos convirtiendo en narcoestados. La violencia es imparable, asesinatos y feminicídios son comunes. La impunidad se ha instaurado como algo normal.

Y la pregunta que nos hacemos nuevamente, ante esa horrible situación, quienes estamos en el campo del desarrollo social es ¿cómo podemos hacer una revolución para que cambie la situación descrita? Para mí, soñador e ingenuo, pero lleno de esperanzas, la respuesta está en la frase de Juan Pablo Segundo “la única revolución debe ser la del corazón del hombre.”

Max Araujo
Guatemala Ciudad
Guatemala.

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