Esta
afirmación fue hecha por Juan Pablo Segundo a una multitud que lo
escuchaba en Quezaltenango, Guatemala, a mediados de la década de los
ochenta del siglo pasado, con ocasión de uno de sus memorables viajes a Latino
América. Por aquellos años se desarrollaba en mi país una guerra
civil no declarada, que dejó aproximadamente doscientos mil muertos y a
muchas personas como desplazados internos y hacía México, país que
acogió a muchos de esos refugiados.
Para explicar las causas de ese
enfrentamiento armado hay muchos estudios. Una tesis es que esa guerra
se originó 36 años antes porque se buscaba justicia social y que había
que instaurar un nuevo orden económico, político y social. Otra tesis es
que en países como el nuestro se libraba una guerra entre Estados
Unidos y la Unión Soviética. Nosotros pusimos los muertos y ellos las
armas.
Finalmente, un 29 de diciembre de 1996, se firmó la “paz firme y
duradera”. Para llegar a ese momento hubo previamente una serie de
acuerdos. En teoría todos esos acuerdos fueron para sentar las bases de
un “nuevo proyecto de nación”. Es irónico que una de las conclusiones
que más se repiten es que no hubo ni ganadores ni perdedores. .Los que
dicen esto se refieren al ejercito y a la guerrilla. La realidad es que
¡sí! hubo perdedores, estos son los miles de muertos y las familias y
comunidades que se desintegraron, los niños huérfanos, los niños
adoptados, etc. A manera de conclusión, y para contribuir a mantener una
memoria histórica, para que esto no se vuelva a repetir, se hicieron
dos informes, el oficial y otro de la Iglesia Católica. En ambos hay un
recuento de muertos (combatientes, población indefensa: niños, mujeres,
ancianos), de masacres, de atrocidades, de crímenes y de todo lo que
sucede en una guerra.
Hoy, trece años después, podemos
comprobar que no se dio la paz firme y duradera ni se han cumplido los
acuerdos de paz. Guatemala al igual que la mayoría de países de América
Latina mantiene la misma estructura social, económica y política de hace
quinientos años, cuando nacieron a la vida como repúblicas
independientes. Las guerras fratricidas como la nuestra no
cambiaron el estado de cosas. Los pobres continúan siendo más del
cincuenta por ciento de la población. La extrema pobreza sigue creciendo
con nuestras economías neo liberales. El sistema de
exclusión y de racismo se ha perpetuado. En Guatemala nuestros índices
de desarrollo humano son de los más bajos del mundo. Las tasas de
mortalidad infantil son altas, lo mismo que de desnutrición, de falta de
vivienda decorosa, de falta de trabajo, de educación formal, de
analfabetismo, etc. Y sumando a eso que día a día nos estamos
convirtiendo en narcoestados. La violencia es imparable, asesinatos y
feminicídios son comunes. La impunidad se ha instaurado como algo
normal.
Y la pregunta que nos hacemos nuevamente, ante esa horrible
situación, quienes estamos en el campo del desarrollo social es ¿cómo
podemos hacer una revolución para que cambie la situación descrita? Para
mí, soñador e ingenuo, pero lleno de esperanzas, la respuesta está en
la frase de Juan Pablo Segundo “la única revolución debe ser la del
corazón del hombre.”
Max Araujo
Guatemala
Ciudad
Guatemala.
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