lunes, 24 de enero de 2011

Biopiratería

Latinoamérica es una de las regiones del mundo con mayor diversidad étnica y cultural, y a la vez es la región con mayor biodiversidad. Las comunidades indígenas de Latinoamérica tienen una sabiduría ancestral, ellas comprenden la importancia de la variedad de plantas y animales, generando intercambios culturales entre distintas regiones.

Es tan importante esta sabiduría que hasta hoy en algunos países como Bolivia se sigue consumiendo el chuño (alimento deshidratado que puede ser almacenado por varios años) que desde tiempos milenarios permite alimentar a las comunidades indígenas en épocas de sequía.

Con la idea de mejorar las formas de producción, por ejemplo en la región andina, muchas veces llegan expertos ingenieros agrónomos, empresas y organismos internacionales queriendo colaborar a las comunidades enseñándoles cómo producir más, pero al hacerlo solo llegan a generar la erosión de la tierra, pues ignoran que en el altiplano el humus es apenas una delgada capa. Meter tractores en esta región sería simplemente matar la capacidad de producción de la tierra.

Pero el peligro de esta visión de desarrollo no sólo es que se genere una ruptura en la relación con la madre naturaleza, si no que ahora se comercializa y se negocia con la flora, la fauna y la sabiduría de nuestras comunidades indígenas. Esto es la biopiratería.

Hoy en día grandes empresas farmacéuticas y de alimentos se dedican a patentar plantas, animales y conocimientos ancestrales; es decir que estas empresas tienen el derecho de cobrar sobre cualquier uso que se realice con las plantas, animales y conocimientos que hayan registrado, todo esto amparado en el uso de la propiedad intelectual. Muchas de estas empresas utilizan los conocimiento de medicina natural de las comunidades andino-amazónicas, plantas que son utilizadas desde tiempos remotos están siendo patentizadas y comercializadas.

Actualmente estamos rumbo a una monopolización de las semillas, según un estudio de Context Network, grupo analista de la industria, las empresas Monsanto (EEUU), Dupont (EEUU), Syngenta (Suiza) y Group Limagrain (Francia) controlan el 44% del mercado global de semillas comerciales.

Las industrias farmacéuticas también gozan de las patentes, ellas tienen 10 años para la preparación, fabricación y comercialización de medicamentos que contengan sustancias que hayan patentizado; es decir que ninguna otra empresa farmacéutica puede producir esos medicamentos en el lapso de 10 años. Estas industrias sostienen que las patentes y los altos precios de sus medicamentos son para la investigación y desarrollo de nuevos medicamentos; sin embargo según un estudio realizado por Xabier Barrutia Etxebarría y Patxi Zábalo Arena, profesores del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad del País Vasco señalan “los gastos de marketing son cada vez mayores. En 2000, las empresas farmacéuticas innovadoras de Estados Unidos empleaban un 81% más de personal en marketing que en investigación y desarrollo (I+D).”

El sistema de patentes genera un control sobre lo que se produce y cómo se produce, volviendo la alimentación, la salud y el conocimiento ancestral en temas netamente comerciales. Genera que los medicamentos sean más costosos, que los alimentos estén llenos de transgénicos para producir más; sin embargo la alimentación no es una cuestión de cantidad si no de calidad.

El caso del hongo Rapamune es un ejemplo concreto. Este hongo es típico de la isla Isla de Pascua – Chile. De este hongo se extrae una droga llamada rapamicina, esta droga es considerada como el inmunosupresor de mayor éxito en el mundo, es decir que es la mejor droga para evitar y prevenir el rechazo de órganos en pacientes trasplantados. Sin embargo el rapamune esta patentizado (número de patentes 5,100,899*PED y 5,212,155*PED) por la empresa farmacéutica estadounidense Wyeth Pharms Inc. Estas patentes fueron registradas el 15 de septiembre de 1999, esta patente durará hasta el 2014 y es posible que se prolongue su vigencia.

En todo este proceso comercial los que menos son tomados en cuenta son los más pobres. Los beneficios económicos obtenidos de estas patentizaciones no llegan a los pueblos de donde se extraen la flora y la fauna base para la fabricación de medicamentos. Los pobladores de la Isla de Pascua tendrían que pagar alrededor de 15$US (dólares americanos) por cada tableta de 1 mg. de Rapamune, un costo demasiado alto incluso para Chile. Los más pobres no tienen la posibilidad de pagar estos costosos medicamentos y no pueden acceder a una alimentación y atención en salud de calidad.

Las comunidades indígenas también sufren abandono por parte de sus autoridades y ahora sus conocimientos ancestrales son robados por las grandes industrias. Las patentes vulneran los derechos humanos a la salud y a la alimentación, esta forma mercantilista de actuar solo genera más desigualdad.

Marcelo Vargas Valencia
La Paz - Bolivia