martes, 30 de junio de 2009

Un gesto dice más que mil palabras

Soy de las personas que piensan que un gesto vale más de mil palabras. Entonces me voy a permitir transmitirles ciertos gestos del que fui testigo. Seguro no son únicos en el mundo, pero tampoco tan usuales. Sin embargo fueron dos momentos que me acompañaron fuertemente durante este tiempo de vacaciones en mí país (Perú).

Una mañana circulaba por uno de los muchos nuevos barrios jóvenes de mi cuidad. La primera vez que pasé por ahí no me fije en nada. De regreso vi a un hombre cargado de grandes recipientes de agua en la espalda y otros más en las manos. Mire su rostro: el esfuerzo y la fatiga se expresaban fuertemente a través de sus gestos. Sólo entonces mire alrededor y me vi rodeada de pequeñas nuevas construcciones, de casuchas construidas de todo material que brinde abrigo. Sumida en mis pensamientos, deje escapar en voz alta una expresión: « ¡Cuanto lleva ese hombre! » Mi acompañante respondió: « ¡es agua! ».

Para mí, y seguro que para ese hombre, era mucho más que eso. Era una manera de resistir a su miseria, una manera de demostrar el amor por sus hijos...

Hace algunos años, debía preparar un artículo sobre la vida de una mujer a la que conocía muy bien, y con la que tenía la suficiente confianza para hablar. Sin embargo cada vez que le hacía preguntas sobre su vida, tenía como respuesta una sonrisa o una frase de dos palabras. Así que deje de preguntar y no hice dicho artículo. En otra ocasión en la que nos encontramos, me confió que estaba molesta con su marido. Entre reclamos y quejas me dijo: «¿Sabes por qué regreso caminando de la ciudad cada vez que salgo a vender? Porque no gano mucho, y porque he dejado todo un día solos a mis hijos y ellos tienen la esperanza de cuando regrese en la noche no hará falta nada en la mesa, ni esa noche, ni los días siguientes. Entonces con lo que ahorro del pasaje, compro pan antes de llegar a casa y se los entrego al abrir la puerta para que lo disfruten, como algo gratuito, sin pensar en mañana.»

Esta experiencia me hace creer en que si pudiera preguntar a ese hombre cargado de agua, el porque de tanto esfuerzo, su respuesta sería mucho más profunda que un «...para beber y lavarme. »

En este nuestro mundo actual, fruto de la globalización, donde lo que más cuenta es la rentabilidad de cada persona, en el que cada día se desarrollan nuevas técnicas para obviar la existencia de los más pobres en los informes oficiales, nacen también fuerzas solidarias, frutos de la observación y la indignación. No debemos permitir que nuestros hijos sólo se formen para hacer frente a este nuevo sistema mundial. Debemos también formarlos para hacer frente a todo lo que significa ser un SER HUMANO.

Charo Carrasco.
París-Francia.

miércoles, 24 de junio de 2009

La única revolución debe ser la del corazón del hombre.

Esta afirmación fue hecha por Juan Pablo Segundo a una multitud que lo escuchaba en Quezaltenango, Guatemala, a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, con ocasión de uno de sus memorables viajes a Latino América. Por aquellos años se desarrollaba en mi país una guerra civil no declarada, que dejó aproximadamente doscientos mil muertos y a muchas personas como desplazados internos y hacía México, país que acogió a muchos de esos refugiados.

Para explicar las causas de ese enfrentamiento armado hay muchos estudios. Una tesis es que esa guerra se originó 36 años antes porque se buscaba justicia social y que había que instaurar un nuevo orden económico, político y social. Otra tesis es que en países como el nuestro se libraba una guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Nosotros pusimos los muertos y ellos las armas.

Finalmente, un 29 de diciembre de 1996, se firmó la “paz firme y duradera”. Para llegar a ese momento hubo previamente una serie de acuerdos. En teoría todos esos acuerdos fueron para sentar las bases de un “nuevo proyecto de nación”. Es irónico que una de las conclusiones que más se repiten es que no hubo ni ganadores ni perdedores. .Los que dicen esto se refieren al ejercito y a la guerrilla. La realidad es que ¡sí! hubo perdedores, estos son los miles de muertos y las familias y comunidades que se desintegraron, los niños huérfanos, los niños adoptados, etc. A manera de conclusión, y para contribuir a mantener una memoria histórica, para que esto no se vuelva a repetir, se hicieron dos informes, el oficial y otro de la Iglesia Católica. En ambos hay un recuento de muertos (combatientes, población indefensa: niños, mujeres, ancianos), de masacres, de atrocidades, de crímenes y de todo lo que sucede en una guerra.

Hoy, trece años después, podemos comprobar que no se dio la paz firme y duradera ni se han cumplido los acuerdos de paz. Guatemala al igual que la mayoría de países de América Latina mantiene la misma estructura social, económica y política de hace quinientos años, cuando nacieron a la vida como repúblicas independientes. Las guerras fratricidas como la nuestra no cambiaron el estado de cosas. Los pobres continúan siendo más del cincuenta por ciento de la población. La extrema pobreza sigue creciendo con nuestras economías neo liberales. El sistema de exclusión y de racismo se ha perpetuado. En Guatemala nuestros índices de desarrollo humano son de los más bajos del mundo. Las tasas de mortalidad infantil son altas, lo mismo que de desnutrición, de falta de vivienda decorosa, de falta de trabajo, de educación formal, de analfabetismo, etc. Y sumando a eso que día a día nos estamos convirtiendo en narcoestados. La violencia es imparable, asesinatos y feminicídios son comunes. La impunidad se ha instaurado como algo normal.

Y la pregunta que nos hacemos nuevamente, ante esa horrible situación, quienes estamos en el campo del desarrollo social es ¿cómo podemos hacer una revolución para que cambie la situación descrita? Para mí, soñador e ingenuo, pero lleno de esperanzas, la respuesta está en la frase de Juan Pablo Segundo “la única revolución debe ser la del corazón del hombre.”

Max Araujo
Guatemala Ciudad
Guatemala.

martes, 9 de junio de 2009

EL PERÚ Y SUS NÚMEROS DE POBREZA.

En mayo de este año el INEI (Instituto Nacional de Estadística) anunció que la pobreza en el Perú se había reducido a 36,2% el 2008 experimentando una reducción de 3,1 puntos porcentuales con respecto al año anterior. La mayor reducción se registró en el área rural que pasó de 64,6% en el 2007 a 59,8 % en el 2008, es decir, 4,8 puntos porcentuales menos; mientras que en el área urbana, se redujo en 2,2 puntos porcentuales.

El reporte también mencionó que estas cifras de pobreza fueron elaboradas en el marco de un trabajo interinstitucional con organismos técnicos internacionales como el Banco Mundial (BM), Instituto de Investigación para el Desarrollo IRD de Francia, Fondo de Población de las Naciones Unidas UNFPA y otras ONGs.

Mas allá de saber cómo se hicieron las mediciones, bajo que criterios se consideran a las personas pobres y quienes avalan estos estudios, lo preocupante es que incluso bajo estos indicadores la extrema pobreza no se redujo ni siquiera en la misma proporción que la pobreza. La pobreza extrema solo bajó 1,2% entre el 2007 y 2008, y afecta todavía al 12,6% de la población, específicamente en regiones rurales del sur del país. En Huncavelica, que es el departamento más pobre ubicado en la zona rural peruana, el 60,5% de su población continúa en situación de extrema pobreza.

El Perú tiene una población de 28 millones de personas, lo que quiere decir que 13 millones de seres humanos viven en pobreza y unos cinco millones en situación de extrema pobreza.

La mayoría de esta población sobrevive en las zonas rurales del país y su situación se ha vuelto tristemente costumbre, y es seguro que al vendernos la idea de que el Perú esta creciendo y la pobreza se está reduciendo nos preguntemos ¿a partir de quiénes tiene que empezar la reducción de la pobreza? ¿A quienes está beneficiando el crecimiento económico?

Las instituciones gubernamentales han tomado estas cifras para hablar de sus buenas políticas económicas actuales, pero ¿no es acaso un fracaso el hecho que estas políticas no hayan llegado mas y primero a los extremadamente pobres?

Por lo general las políticas sociales están previstas, incluso en sistemas liberales, a asistir de una manera efectiva a las personas con menos ingresos; estimulando su desarrollo e introduciéndola en el sistema socio-económico. Cuando estos programas y/o políticas sociales no cumplen o cumplen medianamente sus objetivos se les llama simplemente ineficientes. Esto es lo que pasa con los programas sociales de gobierno del Perú, son ineficientes porque no atienden a las poblaciones para las que fueron elaboradas. Y quizás la razón principal es porque en ningún momento se consultó a estas poblaciones, familias y personas.

Mientras nuestros tan queridos gobernantes y nosotros mismos no entendamos todo esto, 5 millones de personas todavía (seamos optimistas) no estarán invitadas a pensar proyectar y evaluar el cambio de este país, si tomamos en cuenta el numero de hijos por hogar un millón de familias continuaran sobreviviendo en un país con 114,500 millones de dólares de ingresos anuales, mas un millón de niños continuaran estando desnutridos y/o sin escuela en el segundo país con mayor crecimiento en América Latina y aproximadamente 23000 peruanos morirán este año antes de cumplir los 13.

Los números seguirán siendo números y nos mostrarán lo que hacemos más no lo que podemos hacer.

Humberto Lovaton
Cusco - Perú

martes, 2 de junio de 2009

El monopolio de los que piensan el mundo.

La semana pasada tuvo lugar un peregrinaje inusual.

Cientos de personas, ciudadanos de las barriadas de la periferia de Dakar se daban cita en Gorée, isla histórica, patrimonio de la humanidad y cicatriz abierta contra el olvido de la esclavitud. 

La miseria diezma, humilla y reduce a los seres humanos por millones. Como la esclavitud, la miseria es un atentado contra la dignidad, la dignidad de todos, de todas. 

Estas familias están próximas intelectual y físicamente del hecho histórico de la esclavitud. Saben en sus estómagos y en sus cuerpos las carencias obligadas, las enfermedades. Saben en sus pieles viejas y en sus cuerpos ajados de trabajos mil veces insoportables. 

Saben, comprenden, la explotación física de los esclavos, ser despojados de humanidad y convertidos en herramientas de producción. 

Y, sin embargo, ahí estaban, sorprendidos, estrenándose a la comprensión de su historia. ¡Sí !, alguna vez alguien les habló de este fenómeno, pero nadie les dio pelos y señales del crimen. Las bocas abiertas, la piel de gallina, los ojos en lágrimas...

"Esto es demasiado"..., "habría que inscribir al pueblo negro en la historia con una P de PERDON en mayúsculas"..."al menos, les podrían haber dejado la posibilidad de guardar sus ropas, ahí los dejaban sin vergüenza, desnudos"...

Muchas de estas personas que hoy hablan viven en sus cuerpos el desgaste. Saben por las miradas de desprecio y conmiseración que lo más duro no es no tener, sino que nadie espera nada de ti. 

Frente a la extrema pobreza y los que viven en ella existe un monopolio de los que piensan la miseria y sus soluciones, los expertos. Nosotros, economistas, sociólogos, logistas, ayudistas... 

Hay una exclusión sistemática de los muy pobres como "sujeto" de cambio social. Nadie espera de ellos que resuelvan un problema que les atañe prioritariamente y que define nuestra sociedad actual. 

Frente a la crisis, frente al cuestionamiento del sistema de producción, de las estrategias de solidaridad social, del mercado de trabajo, de la inclusión social, hay un monopolio de analistas, de pensadores y expertos que nos dirán por dónde tenemos que ir. 

Romper este monopolio es promover la revolución social. No la rebelión de unas clases sociales contra otras, sino la revisión radical de nuestras prioridades comunes. 

Frente a la evidente necesidad de repensar el orden social establecido que provoca exclusión e injusticia surge la pregunta. ¿A quiénes vamos a invitar a este diálogo de futuro?.

Sacar de paseo a los menesterosos, hacer obras de caridad, dar de comer, dar abrigo, incluirlos en nuestras acciones de solidaridad, esto es relativamente fácil. No nos obliga a cambiar. 

Pensar el futuro junto a los más pobres obliga a una fraternidad nueva que genere una igualdad que aún no existe. Obliga al descubrimiento y al reconocimiento mutuo, obliga a las condiciones de análisis y de palabra. Obliga a la acción y a la política socialmente compartida.

La semana pasada tuvo lugar un peregrinaje inusual. Entramos juntos en la historia y vimos que los esclavos no tenían la culpa de su propio sufrimiento, de su propia muerte.

Las bocas abiertas, la piel de gallina, los ojos en lágrimas... 

Cuando se nos ha ido el susto de lo que hemos visto en la "Casa de los Esclavos" nos hemos puesto a hablar de la vida, del realojo del barrio, de fulanito que vive desde hace un mes en una covacha inmunda, de la falta de trabajo, de la enfermedad de... 

Nos preparamos por si acaso alguien viniera un día a solicitarnos para construir un futuro diferente.

Y tú, ¿con quién piensas el mundo?. 
Jaime Solo
Dakar Senegal