lunes, 16 de enero de 2012

El Secreto del basurero

Artículo escrito por Susana de León, publicado en El Periódico, Guatemala.


“Es más fácil entrar al Banco de Guatemala que al relleno sanitario de la zona 3”, comparan quienes lo han intentado. Y tienen razón. En esta crónica se describe los intentos por ingresar a uno de los lugares mejor resguardados de la ciudad, el basurero de la zona 3.

“En alguno de los recovecos del basurero existe un pantano encantado. Encantado porque se traga los camiones –con todo y conductor–, y jamás los volvemos a ver”. “En ese sitio pasan cosas raras: la gente se hunde y ya no vuelve a salir”. “Dicen que al fondo hay una mina de oro”. “No vaya ahí porque es peligroso”. Lo mismo dicen recolectores de basura (guajeros) que habitantes de los asentamientos aledaños al Relleno Sanitario, el basurero de la zona 3, a donde llega la mayoría de desechos de la ciudad.

Si fuera que la entrada del cielo (para quienes creen en uno) estuviera custodiada por un San Pedro tan rígido como los guardianes del relleno sanitario, de seguro muchas almas buscarían maneras para entrar al paraíso: conseguir un carné como manda el reglamento; mezclarse entre los ángeles (guajeros, valga la comparación) o, como tocó en esta crónica, escabulléndose por un paso ciego.

No es una cárcel de máxima seguridad ni el residencial más exclusivo de la capital ni mucho menos, pero la entrada esta vedada para quien no viva o trabaje allí. Algunos periodistas locales y extranjeros han ingresado por el Cementerio General o por La Verbena, zonas 3 y 7, respectivamente. Ambos flancos alto peligroso por la inseguridad del área y lo inestable del terreno. Pero descubrí otra opción en cuatro días, contados desde que inicié los trámites formales en la comuna capitalina para entrar. Y revelo el secreto.

Día uno
Sin más presentaciones, el fétido olor que emana del vertedero recibe a propios y extraños. Nauseabundo y penetrante. Arriba vuelan en espiral los zopilotes que ya son parte del paisaje en cualquier colector. En la entrada están los guardianes, los cuidadosos hombres que vigilan el paso de trabajadores y vecinos, y nadie más. “No puede ingresar a menos que traiga un permiso de la Municipalidad”. De nada sirvió explicarle que soy periodista y que escribiría acerca del tratamiento de la basura. “Es peligroso”, me advirtió aquel individuo moreno de chaleco verde transmetro. “Vaya al sexto nivel de la Muni y allí le dirán qué hacer”.

Mientras el diálogo tenía lugar a las 10:00 de la mañana de un miércoles especialmente frío, los camiones recolectores y personas a pie ingresaban al relleno sanitario sin tanto trámite. ¿Y ellos por qué si pasan?, la respuesta fue simple: tienen carné.

Caminé en busca de otra entrada a lo largo de la pared de block que protege el basurero —¿o que nos protege de él? Aunque tiene grandes agujeros por donde entraban personas, algo me decía (instinto, creo) que por allí no lo intentara. Pude observar cómo tres indigentes removían la basura que se rebalsaba hacia la calle. A unos 25 metros de la puerta principal está abierto otro acceso que lleva a las bodegas con basura clasificada, y a casitas de lámina zinc. Este lugar también está custodiado por guardias y guajeros.

En los alrededores hay jóvenes y niños que separan envases de plástico y botellas de vidrio rescatadas de los vehículos recolectores. Hay picops fleteros que cargan costales o cachas como también les llaman, con desechos clasificados; y personas como Eugenia, que aguarda con ansias los camiones que transportan la basura que llega de cada zona de la ciudad. Vive a un costado del muro que separa el basurero de la calle. “Mi casa es allí, debajo de esas tarimas, ¿la ve?”, señala con el índice unas láminas y chatarra amontonadas. Es difícil distinguir una vivienda allí. Cuando le pregunto por qué cree que los guardias municipales no permiten el ingreso al lugar, no duda en responder: “porque las personas se pueden hundir en cualquier momento”.

Día dos
En el sexto nivel de la Municipalidad se encuentra la oficina de Comunicación Social. El lugar es acogedor: piso de madera, sillones mullidos, ambiente cálido y cómodos cubículos para cada empleado. En este sitio solicité el permiso para lograr entrar al basurero. El encargado, Carlos Sandoval, prometió tener una respuesta a la tarde. Eran las 11:30 de la mañana de ese jueves.

Dicen colegas que han intentado entrar al basurero, un poco en broma y un poco en serio, que es más fácil entrar al Banco de Guatemala. Decidí comprobarlo, siendo que la banca central se encuentra a unos metros y un puente de distancia de Tu Muni.

Los guardias de la entrada permiten el ingreso a cualquier parroquiano, en la recepción dos mujeres de cabello bien recogido dan instrucciones a los visitantes: “para realizar un recorrido debe comunicarse a la Unidad de Información Pública, allá está el teléfono para llamarlos”, indicó seguido de un delicado ademán para mostrar el aparato. Las 11:44 de la mañana.

Unos 10 minutos después de la llamada auricular empezó el recorrido con el guía Ricardo Martínez. Conoce bien cada recodo del edificio y la historia que guarda. Conocí por dentro el banco al presentar tan solo mi carné de periodista.

Ese mismo jueves, pero algunas horas más tarde, la respuesta de la comuna llegó: “es imposible entrar al relleno sanitario por medidas de seguridad”. ¿De seguridad?, ¿qué tipo de medidas?, pregunté. La respuesta la obtuve dos días (hábiles) después: “por ser un área industrial existe una gran cantidad de maquinaria pesada y el suelo es inestable”. ¿Ni siquiera a donde llegan los camiones?, Insistí. La respuesta fue la misma: no.

Día tres
Es viernes y Carmen, la madre de un niño que recolecta basura, está parada en la calle frente al asentamiento Manuel Colom Argueta. Son las 8:00 de la mañana y muchos de sus habitantes trabajan en las cercanías; algunos en los camiones, otros en el botadero.

“Ahí no la van a dejar pasar. Una vez un muchacho se hundió y no lograron sacarlo”, me advirtió. “Pruebe con las organizaciones que trabajan con las personas del basurero, de seguro ellas le dirán qué hacer”. Contacté al Centro Educativo Francisco Coll, me atendió Oscar.

–“¿Conoce la “avenida del zopilote?, que esa sea su guía para encontrar la dirección (13 avenida 35-35, zona 3). Por una confusión en las indicaciones llegué al Asentamiento La Paz. Eran calles estrechas, casas, tiendas, gente que me observaba con suspicacia, pero del colegio, nada. Decidí posponer mi búsqueda para el siguiente día.

Día cuatro
Un poco de plática, pensé, vendría bien para conocer a quienes habitan y trabajan en el basurero. Le pregunto a Irina (por su seguridad, dice, me da un nombre falso), ¿cómo es vivir acá? Cierra sus ojos y el primer recuerdo que llega a su mente es el de un pequeño recipiente con un trozo de carne, parecía limpio y eso era muy extraño en un lugar donde la suciedad domina. Tenía 3 meses de embarazo. “Se me antojaban cosas ricas”, dice. Cocinó el filete y lo compartió con sus tres hijos de 4, 5 y 6 años en ese entonces, y unas horas después se sentía mal, cerró los ojos un momento y al abrirlos ella y los niños estaban en el hospital.

La comida que había ingerido tenía veneno, “quizá para matar a algún perro”, supone. Ella trabaja en el colegio Francisco Coll.

La suya parece una vida dantesca. “Allá abajo todo es un riesgo: una vez se hundieron varios compañeros y cuando pedimos ayuda nos dijeron que no alegáramos o la entrada estaría prohibida para nosotros. Muchos de nuestros hijos se han quedado ciegos o sordos por algún virus que pescaron cuando nos acompañaban a trabajar”, dice. Hace 16 años trabaja en el colegio, y antes trabajó 12 en el basurero, donde ganaba Q6 al día.

Irina habla de desaparecidos, tragados por el basurero, y de cuerpos de recién nacidos que allí abandonan o “aparecen”, como ella dice. Tiene más anécdotas para compartir, ¿acaso los secretos del botadero? La religiosa católica Esperanza Sánchez, directora del Colegio Francisco Coll, asignó a Irina la tarea de servir de guía en mi recorrido. “¿Quién mejor si no alguien de acá para enseñarle el lugar?”.

El patrón es el mismo en los asentamientos La Paz, 14 de Octubre, Manuel Colom Argueta y Las Crucitas: pequeñas casas con montañas de costales en la entrada, perros callejeros y pandillas. Unos metros antes de la salida está Kimberly, una niña de 9 años con una yarda de plástico extendido y sobre este zapatos, ropa y juguetes, una improvisada paca con los objetos que su familia encuentra en el vertedero. Ni hablar de sitios de recreo para los niños acá.

Hay un quinto asentamiento dentro del relleno sanitario, el “Sandra de Colom”. Las casitas son nuevas a juzgar por las láminas aún plateadas, y hace poco les instalaron un chorro de agua potable para todos. Tiene por calles caminitos de tierra donde una tropieza con la tubería. El patio trasero del asentamientos es nada menos que el vertedero, el relleno o como todos lo conocen: el basurero de la zona 3. Allí, las moscas y los zopilotes se pelean por ser los más adaptables, los reyes absolutos del lugar.

Esos son los secretos que con recelo guarda la Municipalidad, la fragilidad del lugar y la miseria de sus habitantes. La inconsistencia de un suelo movedizo que se traga lo que sea, y la miseria a través de las historias de cada uno de sus inquilinos. Y ese es el secreto del basurero.