lunes, 30 de julio de 2012

Formalizar la esperanza



Daniel García Blanco
Antonio Gabarres
Raquel Enbid

Desde Madrid-España


Desde hace unos meses, en España todo gira en torno a una palabra: “crisis”. Una palabra mágica que funciona como una especie de justificación universal para cualquier problema que surja, para cualquiera de esas propuestas de “ajustarse el cinturón” que parecen encadenarse unas con otras: “es por la crisis”. Como queriendo dejar claro que es algo provisional, que pasará, y que esta difícil situación por la que pasamos será superada por un futuro en el que podremos volver a disfrutar de un estado de mayor tranquilidad y bienestar.

Sin embargo, esta crisis no es algo excepcional ni transitoria, sino que es una muestra cada vez más clara de cómo funciona este sistema: apoyando al poderoso y exigiendo al que está en una situación más frágil.

Se habla de crisis en la economía, en el trabajo, en la vivienda... Crisis que se explican con datos, con números, que aparecen en los periódicos y las televisiones. Pero hay otras crisis, crisis concretas, que afectan a cada vida particular, experiencias que van más allá de lo que se puede contar: “Hay cosas que hay que vivirlas, si no no se pueden llegar a entender. Los más pobres siempre han estado en crisis, desde que nacieron en un lugar y un tiempo que les colocó en una determinada posición social y que marcó profundamente sus posibilidades y los esfuerzos que tendrán que hacer para salir adelante.

Porque esta crisis es económica, pero no sólo. Es también una crisis de confianza en uno mismo, en las propias capacidades. Los miedos, la sensación de impotencia frente a unos problemas que nos superan constantemente, terminan haciéndonos sentir pequeños, capaces de poco más que de subsistir día a día. Es también una crisis en las relaciones, porque quienes viven en la pobreza cada vez pueden contar menos con el apoyo de su entorno y dependen más de profesionales que tienen mucho poder sobre ellos. Es, finalmente, una crisis de la esperanza. Porque durante mucho tiempo quienes viven en la pobreza han visto como la promesa de progreso y desarrollo para todos no se hacía real para ellos. Siguen en el mismo punto, en el mismo lugar dentro de la sociedad. Cada vez es más difícil ver salidas posibles. Y eso desespera.


La situación actual no ha hecho sino hacer más visible el lugar que los más pobres han habitado siempre. El lugar del no-trabajo, de la no-vivienda, de la no-seguridad, del no-futuro. Ahora son más sus habitantes, aunque siguen sin estar en las mismas condiciones. Pasar un tiempo en él es duro, muy duro. Permanecer, no encontrar la salida, machaca realmente a la persona.

Todo esto pone en crisis nuestra esperanza, y sobre todo la de quienes experimentan la realidad de la extrema pobreza en sus propias vidas. Afecta a nuestra capacidad de creer que es posible cambiar las cosas, salir de la pobreza, encontrar un lugar digno en la sociedad. Y, al mismo tiempo, necesitamos de esta esperanza para seguir luchando.

Porque desde la realidad de la extrema pobreza, no luchar es rendirse definitivamente. Por eso quienes la sufren siempre luchan, porque la vida avanza a través de esfuerzos cotidianos y constantes, de un constante intento por buscar alternativas. En su experiencia de vidas en crisis permanente, conocen muy bien lo que son los momentos de desesperanza, de oscuridad, de dolor. Y saben también que siempre es posible salir adelante, por duro que sea, si se tienen ganas de vivir y razones para seguir luchando.

Las respuestas reales las debemos buscar entre todos, partiendo del reconocimiento de que necesitamos la experiencia, el conocimiento y la capacidad que cada persona tiene para poder avanzar juntos. El objetivo fundamental no puede ser llegar muy lejos si esto se consigue a costa de dejar a gente en el camino. Nuestro horizonte debe ser llegar hasta un nosotros común, hacia un caminar compartido por un mundo y por una sociedad mejor para todos.

Para no abandonar este camino, o para retomarlo con fuerza, necesitamos recuperar la confianza en nosotros mismos y en los demás, volver a creer que es posible avanzar juntos, sentir de nuevo la alegría y la potencia que surge del encuentro entre diferentes: necesitamos formalizar la esperanza.

martes, 17 de julio de 2012

Construir la confianza


Guillermo Diaz Linares
Los primeros años de mi compromiso como voluntario en Cuarto Mundo lo viví en Guatemala. Hoy en día continúo mi compromiso junto a algunas familias en el Perú.

Una vez, en un barrio de Guatemala Ciudad, hicimos un mural con los niños. El barrio es un lugar señalado como zona roja, zona peligrosa. Lo primero que hicimos junto con los niños fue pintar el muro de blanco para que al día siguiente pusiéramos los colores. Al día siguiente, cuando llegamos,  nuestro muro blanco estaba pintado y había un dibujo delineado con color negro, el dibujo era bonito, habían escrito «Bienvenidos»; pero el color negro no le daba vida al dibujo así que en primer momento pensamos en borrarlo, pero reflexionamos y decidimos dejarlo con la idea de buscar a los jóvenes que también vivían en ese barrio e invitarles a poner color al diseño.

Una vez que comenzamos a pintar con los niños, el dibujo de los jóvenes había quedado de lado. Mientras pintábamos llegó un joven que miraba lo que hacíamos y le preguntamos si él sabía quién era el autor del dibujo. Él contestó que no, pero seguía mirándonos y finalmente se acercó y nos dijo: «Ese dibujo fue mi jefe quien lo hizo». Entonces le pedimos que le avise a su jefe que nosotros teníamos pinturas de color y que compartiríamos con ellos para que pinten su dibujo.

Fue increíble! En  un momento teníamos a todos los jóvenes pintando con nosotros; ellos pertenecían a una mara. Al final todos pintaron el dibujo. Además los jóvenes nos ayudaron a pintar con los niños, algunos de ellos cargaban a los niños para que pudiesen alcanzar los dibujos que estaban más altos. Nos hicimos amigos y cada vez que llegábamos al barrio ellos nos saludaban.

Con esta experiencia quiero decir que cuando las cosas son difíciles hay que pensar cómo debemos actuar frente a ciertas circunstancias ¿Cómo hacer sentir al otro que lo único que queremos es caminar juntos? Tenemos que buscar espacios donde todos se sientan orgullosos de lo que han hecho. 

Para construir confianza hay que tener cuidado, no puedes mostrar más confianza con unos que con otros, tienes que mostrarla a un mismo nivel con todos

GUILLERMO Díaz Linares.
Desde Cusco - Perú

miércoles, 11 de julio de 2012

“Aquí les traigo lo que es…”


Linda García 
Escuintla 


Esta es la frase típica de quien sube al autobús a vender algún producto, “Buenos días, aquí le traigo lo que…”. En Guatemala muchas personas viven del trabajo informal y subir a los buses a vender chocolates, marcadores, reglas, lápices, chicles, es muy común. Algo que dicen muy a menudo es “sabemos que está cansado de ver a tanto vendedor”, y es que pueden subirse uno de tras de otro en un trayecto de menos de un kilómetro. Cada uno tiene un discurso y producto diferente, pero en el fondo todos piden un reconocimiento.

Últimamente esta palabra de “reconocimiento” me da vueltas en la cabeza, cuando pienso en la vida de los más pobres veo cuánta importancia tiene que el otro te vea como igual en derechos y en dignidad ¡que te vea como persona! Estos vendedores ambulantes entre su discurso dicen “no me volteen la cara, si no pueden comprarme denme una palabra de aliento”. Como cada uno lo dice, nos hemos acostumbrado a escucharlos y tal vez ellos a decirlo, pero este simple hecho de ver a tu interlocutor, de decir “gracias” compres o no, cuenta para el reconocimiento.

Otra frase que a menudo escucho de ellos es “este no es un trabajo, pero no encuentro uno a causa de… (que pertenecí a pandillas, tatuajes, estuve preso)”, que habla de la búsqueda de estas personas por obtener un trabajo más reconocido, que las ventas de bus en bus, que de hecho, ¡ya es un trabajo!

También he escuchado “es mejor que esté vendiendo, en lugar de robando”, esta es una afirmación un poco incómoda de escuchar, pero no deja de ser algo cierta. Los jóvenes más expuestos a la miseria, tienen menos oportunidades, los caminos que seguir muchas veces se reducen a blanco o negro. En este punto pienso en mí misma, que no tengo mucho talento para la venta ¿qué haría entonces?, no tengo respuesta. Admiro a quienes aún no gustándoles la venta, que es de lo poco que hay, venden. ¡También admiro a los buenos vendedores! Tampoco juzgo a quienes, no habiendo más caminos, más oportunidades y llenos de desesperanzas han agarrado “el otro camino”.

Así, habrían muchas frases más muy “clásicas” del vendedor guatemalteco, aquí les dejé algunas, quienes se han pasado por este país, se recordarán de algunas otras ¡Espero que las compartan!

lunes, 2 de julio de 2012

Jorge

Cuando la realidad te golpea tan pronto

Jorge llegó a su casa en el cerro, estaba algo agitado por el esfuerzo  de subir la cuesta, venía de mal humor pues en el nuevo colegio  las cosas no habían sido fáciles, los problemas de matemáticas que no entendía, la actitud de los nuevos compañeros que lo aislaban o tal vez él mismo que sintiéndose cohibido por el ridículo que le hacía sentir la enorme  camisa para su pequeño cuerpo, se alejaba de los demás.  Al entrar, Miguel estaba ya en casa (una construcción precaria formada por tablas, cartones y calaminas) había  regresado del colegio llevando consigo a la pequeña Anita y los encontró junto a Mario, el más pequeño de los hermanos y quien con la osadía que le dan sus primeros pasos, va de un lugar a otro explorando su pequeño territorio.
La olla está casi vacía, lo que significa que mamá no tuvo con qué cocinar y deben esperar hasta casi el final de la tarde a que llegue el papá, con la esperanza de que traiga algo con que llenarla, después de haber dado varias vueltas al mercado ofreciendo las bolsas plásticas que son su pequeño capital.  Sino será ya mamá que al regresar, después de lavar ropa ajena, traiga con el pago de ese día algo más consistente para la cena. Por tanto, su almuerzo sólo serán la sopa y las papas que quedaron de ayer y que con ingenio la mamá logro estirarla un poco más.
Después del rápido y frugal almuerzo y con el hambre que aún golpea hay labores que mamá encomendó a Miguel antes de  salir, lavar los platos, arreglar el cuarto y cuidar de Mario, pero ese día Jorge está harto de todo, y se sale a la calle sabiendo que no tiene permiso y que deja a Miguel solo con la responsabilidad de la casa y los hermanitos. Sabe que tiene que hacer la tarea, que la profesora ya le advirtió que si no se esfuerza puede perder el año, pero cómo hacerla  si no comprende lo que le han enseñado, si no tiene a nadie que lo apoye en casa para hacer la tarea.  
Bajando el cerro se encuentra con Carlos, el animador de la Biblioteca de Calle, él no tiene ganas de saludarlo y quiere seguir de largo, pero Carlos lo detiene y le pregunta porque va todo serio, Jorge no quiere hablar, a penas mueve los hombros y la cabeza; sin embargo ante la insistencia de Carlos levanta la voz para decir: “Tengo hambre”.
Carlos le hace gestos para sentarse sobre unas piedras  a un lado del camino, saca de la mochila unas galletas y se las ofrece, ambos permanecen en silencio, sólo el ruido de la casa de al lado y el del paquete de galletas que Jorge empieza a abrir. Carlos sabe que ya hace varios días que Jorge está rebelde en la Biblioteca de Calle, que se pelea con otros niños y que el otro día faltó el respeto a una de las animadoras, incluso su mamá se acercó a los animadores para pedirles por favor de hablar con Jorge pues ella misma no sabe lo que le pasa y es que en casa se muestra malcriado, ya no quiere hacer caso a lo que se le dice y muchas veces incluso hasta es violento con sus hermanos menores.
Jorge siente que Carlos está a la espera de que él le diga algo, pero no sabe cómo empezar,  todo está mezclado en su cabeza y no encuentra las palabras para  hablar de eso que lo molesta y que lo mortifica. Es verdad que este año ha cambiado mucho y es que él mismo siente que con sus 12 años ya no es el pequeño de antes, hoy está más consciente de las dificultades, de las carencias y de las injusticias que vive su familia. No comprende por qué, a pesar de que en casa falta casi todo, mamá está otra vez esperando un nuevo bebé, el cual tendrán que cuidar Miguel y él cuando mamá y papá se ausenten de la casa.
Está molesto porque si antes en el colegio en el que estaba era uno de los mejores alumnos, ahora que gracias a la  Biblioteca de Calle ha llegado al Colegio Fe y Alegría, ¡el mejor colegio del barrio! al cual es difícil ingresar por las pocas vacantes que hay cada año;  se siente sin embargo que está fuera de su mundo, que extraña su anterior colegio y esto a pesar de que en Fe y Alegria  enseñan algunas de las animadoras de la Biblioteca de Calle, quienes le tienen mucho cariño y  a quienes impresionó por su inteligencia y su gusto por la lectura, lo cual le sirvió para ganarse esa vacante en el colegio.
Jorge no puede expresar todo esto con claridad, pero bastan unas palabras para que Carlos lo entienda, esta vez el silencio entre ambos es distinto, es como si entre ambos hubiese una mutua comunión. Al rato Carlos extiende su brazo y lo abraza, cuando José levanta la mirada tiene los  ojos húmedos, entonces con una sonrisa Carlos le dice: “Vamos muéstrame tu cuaderno de matemáticas tal vez yo pueda ayudarte”.
Alberto Ugarte
Lima, 23 de junio del 2012