lunes, 26 de marzo de 2012

Quítese esos complejos de una vez!!!

...me dan ganas de alzar la voz cuando me encuentro con gente que no cree en la honestidad y el esfuerzo de la gente que vive debajo del puente...

Aquí en Manila, de rato en rato me encuentro con alguien en la calle, en el hospital, en el metro, etc. que casi siempre termina diciéndome el mucho cuidado que debo tener si quiero ir a “esos lugares”. (Menos mal no todas las veces)

Qué lugares?
- Hay toda una comunidad viviendo debajo del puente.– Trato de explicarle a la mujer que me abordó en la tienda fotográfica gracias a mi acento extranjero.

-Tenga cuidado, aquí esa gente suele aprovecharse de los foráneos, usted les da una mano y ellos quieren el brazo entero.– me dice con una seguridad increíble.

- No conozco bien el lugar, pero en ningún momento sentí que querían aprovecharse de mí. Lo que sí noté es que están esperando oportunidades dignas para educar a sus hijos, para conseguir comida.– le contesto con una fragilidad que por supuesto no la convence.

- Tal vez usted no se da cuenta, ellos están todo el día en su casa, no trabajan, por eso tienen tantos hijos.– Se empeña en convencerme a su vez ella.

- Hay toda una comunidad viviendo ahí y más de 25 jóvenes y adultos que trabajan sobre el mismo puente vendiendo agua, periódico, golosinas, etc.– Le contesto, ésta vez intentando mostrar mi seguridad.

- Es por eso que los ríos están tan sucios porque hay mucha gente viviendo en esos lugares.– Me cambia el tema y vuelve a “atacar”.

- “quítese esos complejos de una vez y deje de estarlos juzgando, vaya a visitarles, escúcheles y luego veremos si sigue hablando así!!”- me dan ganas de alzar la voz...

Pero no, me guardo las palabras e intento sonreír y le repito de nuevo que cuando voy a visitar esa comunidad la gente siempre nos recibe con una sonrisa, los niños preguntan si llevamos libros, y los vendedores en la calle levantan la mano en señal de saludo cuando nos ven pasar por la avenida.

Le cuento también que uno de ellos me dijo “Me levanto como a las 5 de la mañana y a las 6 ya estoy vendiendo en la avenida, a veces me quedo hasta las 10 de la noche...”

Lo que me faltó contarle es que una joven (esposa de uno de los vendedores) también me dijo “cada mañana me levanto a las cuatro de la mañana para preparar la comida para mi esposo, luego preparo a los niños para ir a la escuela” Muchos niños en Manila comienzan la escuela a las seis menos cuatro de la mañana).

Por ahora mis argumentos no son suficientes como para quitarle los complejos a nadie. Pero la gente que vive hacinada bajo los puentes, en asentamientos ilegales, o en la calle, seguramente se sentiría muy bien si en vez de seguir mirándoles bajo nuestros propios complejos, les creyéramos cuando dicen que se esfuerzan por lograr un futuro mejor.


Susana Huarachi Quispe
Manila – Filipinas

lunes, 19 de marzo de 2012

"Sin Vivienda, sin derechos"

El derecho a la vivienda digna viene recogido en diversos tratados como algo esencial que debe ser respetado y promovido como elemento fundamental para el acceso a un nivel de vida adecuado. Así aparece, por ejemplo, en la Declaración de los Derechos Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

Donde vivo, en España, la Constitución de 1978 va incluso más allá, afirmando lo siguiente: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.”. Así, se establece que las instituciones públicas son responsables de hacer real y efectivo este derecho, así como de impedir la especulación.

Más de 30 años después, vemos como la declaración constitucional ha sido puesta del revés. Durante este tiempo la especulación se ha convertido en el principal negocio y motor del país, y la vivienda se ha convertido en algo cada vez más inaccesible. Hoy vemos como muchas familias que compraron sus pisos a precios desorbitados con hipotecas que hoy no pueden pagar son expulsadas a la calle, manteniendo en muchos casos la deuda con el banco pese a haber perdido la vivienda.

Por lo menos, estas situaciones nos están ayudando a hacernos más conscientes de los problemas en este ámbito de las clases medias. Pero poco se dice sobre las condiciones en las que viven quienes habitan en barrios de chabolas, sobre las familias que llevan años ocupando pisos vacíos porque no tienen otra opción de alojamiento que les permita seguir juntos o sobre lo duro que es dormir en la calle. Solo se habla de ellos cuando hay derribos, expulsiones o políticas que tratan de eliminarles de la visión pública.

Para el Movimiento Cuarto Mundo en España el tema de la vivienda ha sido algo central en la última década. Hemos acompañado los realojos de familias que han pasado de vivir en chabolas a hacerlos en pisos en altura; a familias que viven en caravanas y son expulsadas de unos lugares a otros de la ciudad; hemos encontrado a muchas personas en situación de calle, y también hemos vivido desahucios y expulsiones de gente cercana, en algunos casos promovidos por las instituciones públicas cuya responsabilidad es promover el derecho a la vivienda, como decíamos antes.

Pero quizás una de las cosas que más me ha impactado ha sido ver cómo la vivienda, la necesidad de un lugar digno donde habitar, pasaba de ser un sueño colectivo que se hacía realidad a una moneda de cambio, una herramienta de chantaje, un paso hacia un mayor control de las familias que viven en situaciones más difíciles. Porque recibir una vivienda ha supuesto para algunos que se remarcara su origen diferente al del resto de los vecinos, y a partir de ahí se han puesto en marcha mecanismos de “integración” que no han generado más que dificultades y miedos, luchas y desencuentros. Bajo el miedo de perder la vivienda muchas familias se han visto obligadas a abrir la puerta, dejar revisar su vivienda y aceptar las normas que se les imponían desde fuera: “Por un lado te están dando, y por el otro lado te están quitando, como el perro y la presa cuando la engancha. Te la están dando, pero te están vigilando. Una educadora, te la mandan para que te ayude, no te la van a dar para que te vigile. Pero se quedan con todo: si llevas el piso limpio, si no lo llevas limpio...”. Por mantener su derecho a una vivienda digna, las familias más pobres han tenido que renunciar a su derecho a la intimidad y a la autonomía: “A mí, cuando me dieron el piso, la trabajadora social le dijo a la presidenta de la comunidad: ´todo lo que haga, me lo dice´”.

¿Cuándo nos daremos cuenta de que los derechos, o vienen juntos o tienen efectos perversos?

¿Cuándo la defensa de los Derechos Humanos se convertirá en el verdadero eje en torno al cual funcionen las instituciones públicas?

Hasta entonces, la vivienda digna para todos y todas seguirá siendo una utopía inalcanzable.


Dani García
Madrid - España

lunes, 12 de marzo de 2012

Al otro lado del continente, al otro lado de una pequeña ciudad

Un día de estos, camino a la Universidad, me subí al bus y como ya es (mala) costumbre eché un vistazo a quienes iban sentados para ver al lado de quién me sentaba (Sueña muy extraño, pero la inseguridad nos ha ido obligando), vi a un hombre y pensé “este tiene cara de buena onda1” y me senté a su lado. Me preguntó si ese bus iba a “la Parroquia, zona 6” le dije que no sabía si a la Parroquia, pero sí iba a la zona 6. Como en Guatemala solemos conversar en el bus sobre nuestras vidas, aún cuando no nos conocemos, este hombre me contó que había sido deportado, ese mismo día, de Estados Unidos a Guatemala. No llevaba más que una bolsa negra con muchos papeles de colores explicando algunas cosas, una de ellas decía claramente que ya no podía volver al norte.

Nunca antes había yo estado frente a frente con alguien que haya vivido una deportación. Así que empecé a hacer preguntas, venía él de Colorado, ahí por esta época hay nieve “y aquí hace calor como para irse a la playa” me dijo. Era la quinta vez que lo deportaban y antes de venir había estado dos años en la prisión. Ya no piensa volver, porque si vuelve la pena sería de siete a ocho años en prisión. Vivía en Estados Unidos desde hace siete años. En el avión en donde le mandaron venían al menos 35 mujeres deportadas y una minoría de hombres.

Él es originario de Huehuetenango, al norte del país, frontera con México, pero hoy no podía volver a su ciudad natal entonces iba a casa de un primo, al otro lado de la ciudad. Su primo le dio algunas indicaciones para llegar en varios buses, pero esta Ciudad Capital le era totalmente ajena. “Solo sé ir al Obelisco, porque ahí trabajé de mesero”. Se quedaba viendo por la ventana de la camioneta 96, roja, vieja y maltrecha, me dijo “parece que aquí hay security, hay un policía en cada esquina”, le dije que no se lo crea, que hoy mismo vi cómo asaltaban a alguien y si hablamos de seguridad depende de para quién.

En conclusión, él había tomado el bus correcto, pero en dirección contraria. Yo ya me bajaba, con la pena de no haber podido explicar propiamente el camino a su destino. Luego pensé que él ya había llegado tantísimas veces a un país extranjero, atravesándose otro ¡y yo con pena de que no llegara al otro lado de una pequeña ciudad! El piloto del bus se ofreció a llevarlo a su destino, de forma gratuita, así que este hombre tuvo la mala suerte de venir a Guatemala, un país incapaz de ofrecerle un trabajo justamente remunerado, pero tuvo la gran dicha de volver al país de gente solidaria.

En enero y febrero se han deportado un total de 5,212 guatemaltecos que intentaban quedarse en Estados Unidos. Esta cifra aumentó un 29% en comparación al año pasado. Son muchos otros los que se quedan en el camino víctimas de trata de personas y el narcotráfico. Esta cuestión social, que nace de la falta de empleo y oportunidades, es compartida en Centroamérica, además de Guatemala, por El Salvador, Honduras y Nicaragua.

Linda Aura García Arenas
Guatemala


1 Buena vibra. Buena persona.

miércoles, 7 de marzo de 2012

LA MUERTE DE OTRO MARTIR

Wilson fue asesinado hace unas semanas en Escuintla, su ciudad, en la rica costa sur de Guatemala. Aún no había cumplido los veinte años.

Lo conocí por medio de doña Auri, su madre, con ocasión de un proyecto de desarrollo social con el que colaboro. Era un joven alegre, risueño, lleno de esperanzas. Con timidez se acercó de niño al trabajo que desarrollan mis compañeros de institución. Antes que su vida tomara caminos abruptos apoyó las Bibliotecas de calle, primero participando de ella y luego como animador.

Por qué lo mataron? El delito de Wilson fue nacer y vivir en un sistema que no le dio ninguna oportunidad, que le negó el derecho a la educación, a una vida digna y decorosa. Un sistema que lo condenó a morir en la forma como sucedió.

Como él, son miles de jóvenes a los que les espera el mismo destino. Para ellos la vida es una lucha diaria por un pan, por un plato de frijoles, por una tortilla, y si para ello tienen que mentir o cometer pequeñas fechorías, no tienen otra alternativa que hacerlo. Y si es necesario entrar a una “ mara” no lo dudan. El sistema les cobra la factura.

Doña Auri sufre en silencio. Ella es testimonio de fe y de lucha, una heroína en una sociedad en donde los valores como la solidaridad, la tolerancia y el respeto a la vida se perdieron hace mucho tiempo. Ella cree en los demás y sueña con un futuro mejor. Esa fe la llevó a nuestra institución, pero la impotencia se atraganta en sus palabras cuando habla de su hijo, de ése para el que siempre quiso un futuro mejor, para que no pasara las penas que ella ha tenido. Un futuro en el que tuviera una vida digna y decorosa. Futuro que desea para sus otros hijos, por eso no deja de luchar y sigue adelante con sus mismos sueños.

Wilson es otro mártir, otro símbolo de Guatemala. Me niego y nos negamos a que sea un número más de una estadística que cada día crece, por eso escribo este texto, para que otros sepan del dolor de doña Auri y de otro asesinato más. Doña Auri existe, su vida y de la Wilson no son una ficción. Son una realidad que nos pega con fuerza en la cara para que despertemos, para que digamos “basta”, para que cambiemos un sistema que no es para todos, que solo es para quienes heredamos muchos privilegios, inaceptables en cualquier época y más en este siglo 21 de tantos avances tecnológicos y de difusión de muchas doctrinas sociales.

Wilson no ha muerto, vive en el corazón de quienes le recuerdan y de aquellos que luchan por construir un mundo mejor, sin extrema pobreza, sin exclusiones y racismos.

Max Araujo
Guatemala