lunes, 19 de marzo de 2012

"Sin Vivienda, sin derechos"

El derecho a la vivienda digna viene recogido en diversos tratados como algo esencial que debe ser respetado y promovido como elemento fundamental para el acceso a un nivel de vida adecuado. Así aparece, por ejemplo, en la Declaración de los Derechos Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

Donde vivo, en España, la Constitución de 1978 va incluso más allá, afirmando lo siguiente: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.”. Así, se establece que las instituciones públicas son responsables de hacer real y efectivo este derecho, así como de impedir la especulación.

Más de 30 años después, vemos como la declaración constitucional ha sido puesta del revés. Durante este tiempo la especulación se ha convertido en el principal negocio y motor del país, y la vivienda se ha convertido en algo cada vez más inaccesible. Hoy vemos como muchas familias que compraron sus pisos a precios desorbitados con hipotecas que hoy no pueden pagar son expulsadas a la calle, manteniendo en muchos casos la deuda con el banco pese a haber perdido la vivienda.

Por lo menos, estas situaciones nos están ayudando a hacernos más conscientes de los problemas en este ámbito de las clases medias. Pero poco se dice sobre las condiciones en las que viven quienes habitan en barrios de chabolas, sobre las familias que llevan años ocupando pisos vacíos porque no tienen otra opción de alojamiento que les permita seguir juntos o sobre lo duro que es dormir en la calle. Solo se habla de ellos cuando hay derribos, expulsiones o políticas que tratan de eliminarles de la visión pública.

Para el Movimiento Cuarto Mundo en España el tema de la vivienda ha sido algo central en la última década. Hemos acompañado los realojos de familias que han pasado de vivir en chabolas a hacerlos en pisos en altura; a familias que viven en caravanas y son expulsadas de unos lugares a otros de la ciudad; hemos encontrado a muchas personas en situación de calle, y también hemos vivido desahucios y expulsiones de gente cercana, en algunos casos promovidos por las instituciones públicas cuya responsabilidad es promover el derecho a la vivienda, como decíamos antes.

Pero quizás una de las cosas que más me ha impactado ha sido ver cómo la vivienda, la necesidad de un lugar digno donde habitar, pasaba de ser un sueño colectivo que se hacía realidad a una moneda de cambio, una herramienta de chantaje, un paso hacia un mayor control de las familias que viven en situaciones más difíciles. Porque recibir una vivienda ha supuesto para algunos que se remarcara su origen diferente al del resto de los vecinos, y a partir de ahí se han puesto en marcha mecanismos de “integración” que no han generado más que dificultades y miedos, luchas y desencuentros. Bajo el miedo de perder la vivienda muchas familias se han visto obligadas a abrir la puerta, dejar revisar su vivienda y aceptar las normas que se les imponían desde fuera: “Por un lado te están dando, y por el otro lado te están quitando, como el perro y la presa cuando la engancha. Te la están dando, pero te están vigilando. Una educadora, te la mandan para que te ayude, no te la van a dar para que te vigile. Pero se quedan con todo: si llevas el piso limpio, si no lo llevas limpio...”. Por mantener su derecho a una vivienda digna, las familias más pobres han tenido que renunciar a su derecho a la intimidad y a la autonomía: “A mí, cuando me dieron el piso, la trabajadora social le dijo a la presidenta de la comunidad: ´todo lo que haga, me lo dice´”.

¿Cuándo nos daremos cuenta de que los derechos, o vienen juntos o tienen efectos perversos?

¿Cuándo la defensa de los Derechos Humanos se convertirá en el verdadero eje en torno al cual funcionen las instituciones públicas?

Hasta entonces, la vivienda digna para todos y todas seguirá siendo una utopía inalcanzable.


Dani García
Madrid - España

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