lunes, 20 de octubre de 2014

Un día de libertad

María Luisa Rojas
Ciudad de Guatemala, 15 de Septiembre de 2014


Cada quince de septiembre, día de la libertad,  siento una gran nostalgia. Ese día se celebra la independencia de mi país.

Es fiesta nacional; nadie puede pasar por alto este día pues desde principios del mes las calles se van vistiendo de azul y blanco, con banderas en las ventanas, las puertas, los carros… Todo se viste de esperanza, de fiesta. Esperamos con alegría un cumpleaños más de nuestra vida independiente, de nuestra libertad.

¿Qué celebramos si no existe libertad? Celebramos las palabras. Celebramos la ilusión. Celebramos a lo grande “el día de hoy”. Celebramos, sin motivo, creo yo.

Los jóvenes participan en la banda de su establecimiento educativo; niños y jóvenes con sus mejores galas desfilan por las calles con alegría. Un desfile preparado con muchos días de anterioridad, un desfile tan concurrido y tan criticado… ¡Es una pérdida de tiempo! , ¡Es un gasto innecesario!,  ¡Es ridículo!, ¡Son prácticas militares y ya se firmó la paz…!

Aún así, hay desfiles en toda la nación: dos o tres días antes hay pequeños desfiles en los barrios y el gran desfile el mero día frente al palacio y las autoridades.

Cada quince de septiembre trato de entender el por qué la gente participa tan entusiasta en esta manifestación que implica gasto, cansancio, sacrificio. Existe una invitación del Ministerio de Educación a los establecimientos educativos para que motiven a los niños y jóvenes y les inculquen hábitos de civismo; existe una presión social a hacerlo, se ha vuelto una tradición… No es una obligación y los niños, las niñas, los jóvenes, la gente participa con ganas. ¿Por qué?...

En un desfile, los que participan en él se sienten por un momento protagonistas de la actividad: no hay desfile sin ellos. Los niños pequeños se muestran ante la sociedad y todos los admiran y aplauden; los familiares salen a las calles para verlos ser el centro de atención. Por un día, las calles son suyas, paran el tráfico, se imponen…

Este día la gente siente que pertenece a un país, porque a todos se les permite caminar “con libertad” por las calles, se les permite correr kilómetros de pueblo en pueblo, llevando la antorcha encendida con el fuego de “la libertad”.
El desfile es una actividad en la que se olvidan las diferencias: todos desfilan, a su manera; se unen en la plaza central alumnos de colegios privados, de institutos públicos, con uniformes caros, con trajes indígenas, con música marcial y con música latina popular.

Ese día nos une una gran algarabía, en la que por un momento olvidamos toda la violencia, la inseguridad, la injusticia. Nos sentimos identificados con la bandera azul y blanco; todos nos sentimos guatemaltecos pues todos celebramos de la misma manera: un desfile nacional que con tanta bulla nos impide reflexionar más sobre nuestra realidad, pero que en el silencio, nos deja la nostalgia de un país soñado que quizá el próximo año viva “en libertad”.

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