lunes, 14 de octubre de 2013

Desde un rincón del mundo

María Luisa Rojas
Guatemala Ciudad

Don José y doña Lili, un día X empezaron a vivir en la esquina de mi casa. Una noche, simplemente se acomodaron y se quedaron así, sin nada, nada… a la intemperie; ni siquiera buscaron el rincón protegido de una puerta… se quedaron en la esquina bajo el poste de la luz.

A la noche siguiente ya tenían unos cartones y un gran plástico, dos días después tenían unas cajas… Poco a poco se fueron estableciendo en “su casa”, hasta que por último ¡ya tenían un colchón!, tan roto y harapiento como ellos y sus vidas, pero tenían un colchón.

Durante el día abandonaban su “habitación” y pasaban a su “jardín”, la banqueta de enfrente, a recibir el sol, y la lluvia… Y las miradas de desagrado y rechazo de muchos transeúntes. La calle y sus diversos ambientes era su casa. Aquí venían de visita otros indigentes; hablaban, se reían… y doña Lili y don José aprovechaban los momentos de compañía para dormir, pues en la noche velaban por el miedo que tenían de que les pasara algo.

Al principio los vecinos se preguntaban por qué estaban ahí, esperando que se fueran, que no se quedaran mucho tiempo pues podría ser peligroso para el barrio. Ni siquiera sabían qué mal podían causar, pero veían su presencia como una amenaza. Eran extraños que estaban entrando en sus vidas sin pedir permiso. Eran vigías de todo lo que pasaba en la calle. Eran una amenaza a la supuesta tranquilidad de la rutina.

Creo que lo que más molestaba es que eran como espías de nuestra vida interior. Aunque nadie les abrió las puertas de su casa, cerradas con doble llave y candado, ellos entraron y escudriñaron la forma de vida de cada quien, obligándonos a una reflexión de la que frecuentemente huimos: ¿Por qué tengo y otros no?... ¿Por qué a veces no me conformo con lo que tengo y exijo más?... ¿Por qué, aunque no quiera, desperdicio muchas veces la comida o el agua?...

Estos indigentes nos molestan pues nos cuestionan sobre algo que no queremos pensar, nos hacen sentir impotentes, nos hacen sentir injustos; nos hacen pensar, pero sobre todo, nos roban la tranquilidad, pues nos hacen ver que de alguna manera en algo somos responsables de esta situación…

En contradicción a los días llenos de preocupaciones, críticas y disgustos que muchos vivimos, doña Lili y don José amanecían con una sonrisa. Los días que estuvieron viviendo en la esquina, a todos les sucedió algo raro: alguien los saludaba al salir de su casa y entrar en la calle. Los “buenos días” que decían era un saludo muy alegre, sin embargo esa sonrisa llegaba a nuestras vidas como un cuchillo que hace sangrar. Tanta alegría, tanto entusiasmo venía de dos harapientos que no tenían nada… Y esto hace pensar…

Muy de vez en cuando pedían una “limosnita”, pero siempre te deseaban un buen día al verte pasar. Más que interesarse uno en ellos, ellos iban cada día conociendo a sus vecinos, reclamando con dulzura, a su manera, una mirada, una palabra, un trozo de pan, un poco de vida que les permitiera salir, al menos por un instante de ese rincón del mundo al que los hemos condenado a vivir.

Una mañana X, muy temprano, se hace presente gran parte de la sociedad en esa esquina olvidada: bomberos, policías, vecinos, reporteros de prensa, curiosos,… Don José había amanecido muerto. Murió de frío, de un golpe al caer, murió de olvido… No se sabe.

Tan solo sabemos que doña Lili en su llanto, lamentaba su ausencia, le asustaba su soledad y no dejaba de entristecerla el hecho de que siendo su compañero de casi toda la vida que se lo hayan llevado como un bulto y lo enterraran como XX. Repetía en sollozos: “Era un hombre tranquilo; no le hacía daño a nadie. Se llamaba José, yo lo conocía… y por no tener papeles se fue como un XX a la otra vida…”

Esto era lo que más le dolía. Entre hambre, tristeza y el miedo de estar sola en la calle, doña Lili limpió la esquina, limpió su casa. Puso flores y encendió una veladora… Fue a través de esta luz que pudimos ver con todo su valor a estas personas que abandonamos, a quienes despojamos de toda humanidad y dejamos vivir en un rincón del mundo, en un lugar vacío, olvidado, indigno para un semejante.


Doña Lili esperó nueve días de duelo en el mismo lugar y luego se fue. Algunos la han visto a siete calles de esta esquina, sola, amable, sonriente.… con la esperanza quizá, que la mirada del mundo cambie y permita un mundo más confortable y justo para todos.

1 comentario:

  1. Gracias María Luisa por hacernos pensar en tantas personas que viven en ese rincón del mundo. Pero más que hacernos pensar, gracias por empujarnos a seguir buscando esa mirada del mundo.....

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