jueves, 21 de febrero de 2013

Miedo … ¿a qué y de qué?


En cada pueblo hay descampados. Pasar por esos lugares a veces da miedo; antes de comenzar la travesía tomanos una decisión consciente o inconsciente, nos preparamos para lo inesperado. Así empezó el mío, debía atravesar las líneas del tren para echar un vistazo a un grupo que se reúne cada jueves en una zona dormida del pueblo donde vivo.

De un lado de la vías del tren está la gran avenida con sus tiendas para turistas y sus bonitos edificios; del otro lado, un descampado con algunos almacenes “fantasmas”, un taller mecánico cutre y alguna que otra cosa rara, que uno nunca mira.

Yo me interné en ese pequeño limbo con cierto temor, … “tengo experiencia” me digo a mí misma pero el miedo sigue ahí. La bocina del tren me reconecta con la realidad, está en camino y dividirá la ciudad por diez o quince minutos. Unos pasos detrás de mí, un hombre joven me hace señas con la mano para que me detenga... no hay vuelta que dar, me digo; avanzo sin volver la vista atrás, con pasos más apresurados buscando algún refugio, una puerta abierta, alguien en un coche ...

La confianza es el mejor refugio, dicho esto me paro y vuelvo la cabeza. El hombre joven se me acerca, me agradece por haberme detenido, se disculpa por el temor que puede despertar en mí: “No voy hacerle daño, solo quiero pedirle un favor, podría regalarme algunos pesos, hace días que intento volver a casa... extraño a mis hijos, a mi mujer, a mi familia... hace dos semanas vine a Gallup a buscar trabajo” y me muestra unos papeles que tiene doblados dentro de un cuadernillo y su carnet de identidad.
Tengo veinticinco años y no tengo esperanza que ofrecer a mi familia, ..la gente me dice sé fuerte, sé fuerte...lo soy, lo intento... para regresar a casa en estas condiciones tengo que ser... aun más fuerte”

Pongo mis manos al bolsillo y lamento no tener algo que ofrecerle, me toma la manos y me dice “No importa,... ore por mí, para que la esperanza me alcance y para que la fuerza persista en mí”. Su cortesía y su sinceridad hace que olvide el temor y me cuestiono... ¿Que podría ofrecerle? una promesa de orar por él... ¿una solución?... Una vez más agradece mi tiempo y alza su abrazo para despedirse con el acostumbrado semi abrazo que usan por aquí, le correspondo … y un abrazo más extendido, más fraterno, se instala.

Esto me recuerda que siempre podemos hacer algo, a veces incluso dar lo mejor de uno mismo.

Charo Carrasco
Gallup - Nuevo Mexico USA

No hay comentarios:

Publicar un comentario