Hace unas semanas me fui de vacaciones para visitar a Mauricio, un amigo que vive en Saint Julien, una ciudad fronteriza entre Francia y Suiza; antes de llegar a este lugar me preguntaba qué iba a descubrir allí? La respuesta que recibí a lo largo de la semana, y que les comparto hoy, ya sabía que existía pero “lo había olvidado”...
Doña Lucía, una mujer de unos 63 años, llegó a esta ciudad con una visa francesa hace algunos meses, la visa no le permite entrar en ningún otro país. Cada día, esta mujer, en contra de todas las leyes migratorias, cruza la frontera para llegar hasta el hospital donde su hija se recupera lentamente de un estado de coma. Para evitar que la policía la baje del bus, que usa como transporte, ha decidido caminar a pie y como ella misma dice “cruza la frontera por su lado”, después toma otro bus y así de regreso y así cada día...
Alrededor de ella y gracias a Mauricio, descubrí la vida de otros como doña Lucía, descubrí las historias de quienes, pensando en un mejor futuro, soñando con mejores condiciones, decidieron correr el riego de viajar hacia el norte. Sin embargo, el norte les ha recibido, a unos más y a otros menos, con brazos discriminatorios, palabras hirientes; les ha negado el trabajo que esperaban encontrar, les persigue constantemente con la policía y les ha condenado a condiciones que casi todos conocen pero que casi todos ocultan.
Pude recordar también a la gente que conocí en Guatemala, de cuando me hablaban de su mamá, su hermano, su papá, sus hijos. “Se fue para los Estados” me decían. El sur se había quedado con niños, padres, hermanos esperando el regreso de sus familiares, algún día.
Con Mauricio nos preguntamos por qué los mismos migrantes no hablan de las pésimas condiciones que les espera a los recién llegados, a los que todavía no han tomado la decisión de viajar. Se habla de esto o no? Pensando en esta pregunta recordé a un primo que me habló de su experiencia en Argentina: “yo sé que vas a sentirte sola cuando te vayas a Francia, lo sé bien porque lo he vivido, allá yo no tenía con quién hablar, había otra gente trabajando pero no era lo mismo no era como la familia”
Me habló de la soledad cuando estás lejos de tu familia, nunca me habló de las pésimas condiciones en las que tantos bolivianos trabajan en Argentina, al contrario solo dijo “el trabajo es duro pero se puede ahorrar, si quieres después te quedas y si no regresas... pero ya tienes algo”
Es esto mismo que repiten los migrantes de hoy a los que tienen planeado emprender el viaje? Quiere decir que cada uno está dispuesto a soportar cualquier cosa con tal de “ahorrar un poco”? O quiere decir que, a pesar de todo, mantienen la esperanza de que a ellos sí les irá mejor? O los del Sur siguen esperando que sus familiares del norte los lleven con ellos, algún día?
Un artículo publicado por Bernardo Kliksberg en abril 2008, habla de las remesas que miles de inmigrantes producen: “Los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos y Europa envían a sus familiares y seres cercanos ocho veces por año pequeños giros. Hacen una diferencia crucial para los pobres de América latina...[...] ¿Qué las moviliza? ¿Por qué sin haberse puesto nunca de acuerdo, los millones de inmigrantes latinoamericanos pobres, desde Nueva York a Madrid, producen el mismo comportamiento? ¿Por qué envían de modo sostenido un porcentaje superior al 10% de sus limitados ingresos a sus familias y allegados?
Según todo indica, priman factores que las ortodoxias económicas consideran irrelevantes en economía: los valores éticos, familiares y de solidaridad. Esos valores intangibles impulsan este ingreso masivo de fondos que se ha convertido en fuente de divisas fundamental para la región. Se equivoca fuerte el pensamiento económico convencional cuando no hace ningún lugar para la ética en la economía...”
En cambio yo no tengo respuestas, solo había “olvidado” que la migración junto con todas sus consecuencias, para unos y otros, está presente en nuestro cotidiano si decidimos que así sea. Cuando compartí esta experiencia con otro amigo, me respondió: “No me sorprende, pero me lleva a la reflexión lo que nos toca hacer y que sólo la vida en su lucha nos hace sensibles. De pronto tu estadía y la mía son especiales y privilegiadas, no como las de los migrantes, pero nos toca reflexionar nuestras tareas...”
Hay quienes ya iniciaron esta reflexión y cada día alguien más se une, se convierte en acción y entonces el norte muestra, todavía con miedo, sus brazos de acogida, de solidaridad, ofrece oportunidades, trabajos dignos, ganas de volver al sur sin nada que pese sobre sus espaldas.
Nos toca reflexionar nuestras tareas....Esta frase me da vueltas en la cabeza, me recuerda los motivos por los que me negaba a venir a Francia y que hoy se convierten en los motivos por los que me quedo unos meses más, para ser parte del norte que sí cree en una igualdad de condiciones, en una vida más humana.
Susana Huarachi Quispe
Méry sur Oise - Francia
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