De pan y arena que no están muertos.
La tierra ha temblado y ha parecido un accidente inútil. Todo ha quedado hecho escombros. Y sobre los escombros, y por abajo, y a los lados, parecía todo muerto. Haití.
Las puertas de las panaderías son coladeros de gentes. Cada mañana y cada noche atraen al público hambriento. El pan, en Dakar, sigue siendo dominio del pueblo. A ambos lados se puede ver, tendido, arrugado, avergonzado y sin vida. Es lo que llaman aquí el pan muerto. Este pan revive en su función multiusos. Este pan más allá del tiempo tiene la propiedad de ser más barato que el pan normal. Así, cuando la vida se convierte en accidente, cuando para algunos el dinero no puede asegurar la comida diaria, este pan se convierte en sustento de pobres. Además, sirve para mezclarse con cartón y otros productos y servir de alimento a las cabras y a las ovejas domésticas. Algunos viejos, aldeanos en su mayoría, prefieren este pan muerto. Pan de sus experiencias y de sus infancias. Pan de la textura de siempre, el que llega después de días a los pueblos alejados. Este pan no está muerto.
Más allá de las puertas, la calle. Dakar es una isla, casi. Los barrios de la periferia y los barrios populares son una inmensa playa. Aquí la arena es el dominio del pueblo que camina cansado. Poco a poco la urbanización ha ido ganando espacio a la ciudad tradicional. Los coches y los autobuses se han hecho más necesarios que los pies y por todas partes han nacido calles y callejas que permiten al transporte motorizado ganar la ciudad. Este progreso aún no ha llegado completamente a los barrios de la periferia, a Pikine. Y en estos barrios pocas son las calles asfaltadas.
Frente a la panadería de mi barrio la calle está asfaltada. Una excepción rodeada de callejuelas de arena. Así, frente a sus puertas, a orillas del asfalto, poco a poco la arena va arañando espacio. Hombres y mujeres inundan las calles reservadas a los vehículos, descansan su caminar pausado. Esta es la arena muerta. Se dice muerta porque ha perdido sus propiedades. Acostumbrada a vivir cerca de la polución y de los humos y aceites no sirve para absorber el agua, es impermeable.
Cerca de medio millón de personas vive con una parte de su casa inundada desde hace seis meses. Intermitentemente, desde hace veinte años. Accidente de la naturaleza, las lluvias. Los pobres recogen la arena muerta, semigratis, y rellenan los patios de sus casas, sus cuartos. Al realzar sus casas el agua busca lugares más bajos, la calle, la casa del vecino. Una parte de la vida renace, más tranquila.
El pan, la arena y los escombros son cosas. La gente hace vivir las cosas, las comparte, las vende, las usa, las revive. La gente vive con las cosas. Confundir la muerte de las cosas con la muerte de las gentes es vivir poseído por la acumulación. Los pobres saben de esto porque viven a pesar de la precariedad de las cosas. Tirar el pan o no sanear la arena de tu patio es una falta grave en Dakar, un pecado. El pan y la arena son sagrados en Senegal porque sirven a la vida.
Ni en Haití ni en tantos otros lugares la humanidad ha muerto bajo los escombros. Porque la voluntad de vida pervive en hombres, mujeres y niños. Ojos brillantes, piel tersa. A la luz de sus sufrimientos y esperanzas, bajo las estrellas, piensan una humanidad nueva más allá de la escasez de las cosas.
Dakar, febrero 2009
Jaime Solo
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