Es una idea que vive en mi interior desde que conocí el
Movimiento ATD Cuarto Mundo, la encontré siempre como una propuesta
interesante , diferente, aunque no la entendía muy bien.
- De acuerdo, es interesante pero..., ¿Cómo puede el arte sacar a una persona de la miseria?
Del 2003 a 2006, trabajé con un grupo de señoras en un
barrio pobre de la ciudad de El Alto, en Bolivia. Nos reunimos en torno a
un proyecto de tejido de chompas en lana de oveja.
Nuestro grupo no estaba liderado
por alguien con experiencia en este arte. Entre las participantes, sólo
dos o tres habían trabajado como tejedoras para alguna cooperativa, unas
cinco tejían en casa para sus hijos y otras seis nunca habían aprendido
a tejer. En conclusión, sólo eramos un grupo de barrio delante de una
gran ambición: «Aprender, tejer y vender nuestras chompas».
Para el equipo con el que trabajaba,
la primera ambición era permitir a las mujeres conocerse entre ellas,
pues el barrio de Urkupiña estaba integrado por familias migrantes que, a
pesar de vivir 5 u 8 años en el barrio, no se conocían entre ellas.
La segunda ambición era permitir la creación de lazos solidarios, que
les permitieran sostenerse la unas a las otras y compartir sus saberes.
Por esta razón, nunca contratamos un profesional para impartir el taller
de tejido.
El taller
no duró mucho tiempo, tampoco obtuvimos grandes ganancias, sin embargo,
el grupo de mujeres creció y comenzó a establecerse. Entonces
propusimos un nuevo proyecto de reciclaje de materiales. Para este
segundo taller, contamos con el apoyo de una persona que conocía
técnicas de reciclaje, La primera propuesta era muy sencilla. Para el
acabado, las mujeres debían pintar motivos sobre bandejas. Los
resultado no fueron grandes obras de arte, pero fueron muy importantes,
pues las manos que pintaron esos motivos jamás o muy pocas veces antes
habían manejado un pincel. La segunda parte del taller consistía
en la imitación del tejido en mimbre, en base al enrollado de papel
periódico. Esta vez los avances comenzaron a sentirse, habían trabajos
con muy buen acabado.
En el
periodo siguiente, reorganizamos al grupo, esta vez cada una debía
inscribirse y pagar una aportación, pues contrataríamos a un profesional
de las artes manuales. Para nosotros, los animadores era un riesgo,
quizá la idea de un profesional y el pago de una contribución podría
distanciar del grupo a algunas mujeres. Contrariamente a nuestros
temores, la propuesta tubo buena acogida, incluso invitaron a personas
de barrios aledaños.
El ritmo
de taller cambió, las consignas eran precisas y había una exigencia en
la calidad de los trabajos. Los otros dos talleres, que continuaron con
esta misma dinámica fueron de muy buen nivel, (creación de calzados en
croché y pintura en tela).
Una tarde, mirando las fotos de
todos nuestros talleres y de las dos o tres exposiciones que montamos,
Luisa me dijo: «Yo no quiero ver las primeras fotos,
quiero ver las últimas y tener copia de ellas, porque ni yo misma cuando
veo estas pinturas, puedo creer que fuí yo quien las pintó»
Otra señora que había dejado de venir a nuestro
taller me dijo: «Lo siento mucho, pero ya no puedo
venir, estoy trabajando para una cooperativa de tejido de macramé para
mantas». Entonces, con alegría recordé que esa misma
mujer hace dos años atrás, venía al taller de tejido, y que en la
primera etapa sólo venía para ver y compartir momentos con nosotros, y
después poco a poco comenzó a integrarse.
La miseria, no sólo es la carencia
material, es la inseguridad total, incluso para los actos más sencillos.
Para mí, luchar contra la miseria no sólo es acabar con esa carencia
material, es además luchar contra el abandono y la incredibilidad en la
que viven las personas en miseria. En la última etapa en la que acompañé
a este grupo de mujeres, confirmé, cómo aquellas manos toscas,
endurecidas por al acciones cotidianas habían recuperado su
sensibilidad, su suavidad, su elegancia, para usar un pincel. Pero lo que
realmente descubrí maravillada fueron, esas mujeres. Algo profundo
había cambiado en ellas, ya no eran esas mujeres que se quedaban
encerradas en casa, que no osaban salir más allá de su barrio. Muchas
habían encontrado un trabajo, otras formaban ahora parte de los comités
solidarios del municipio. La oscuridad en la que vivían se había
iluminado gracias a ellas mismas.
Estoy convencida de que el arte vive en cada uno de
nosotros. Somos como la tierra virgen, sólo debemos escarbar un poco en
las profundidad de nuestro ser para descubrir una mina de algo precioso
(el dibujo, la pintura, lo manual, el canto, el teatro, la poesía.
etc.). Nadie es nulo, todos tenemos talentos que no hemos descubiertos, y
debemos aprovechar y dejar aprovechar a los otros cada ocasión para
descubrirlos.
"Pintar me hace olvidar todo, por unos instantes sólo vivio para pintar" Bertha (integrante del taller de Artesanías - Bolivia)
Charo Carrasco.
Desde Francia
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