María Quispe
Guatemala de la Ciudad
Hablamos
y escuchamos todos los días sobre la violencia que azota el país de
Guatemala y cómo los jóvenes están inmersos dentro de este
complicado tema, tanto como víctimas o como victimarios. Hace poco
leí un artículo en el que se mencionan datos de homicidio contra
los jóvenes y según éste, cada tres horas hay un nuevo homicidio
contra la juventud y cada dos horas y media un joven es herido de
bala. Estos son datos alarmantes para el país, que tienen que
llevarnos a pensar y repensar en las opciones que tienen los jóvenes
para no dejarse envolver por la violencia.
Cuando
un joven dice: “ya
estoy harto de vivir en una covacha vieja”
¿qué alternativas tiene para encontrar trabajo, para estudiar, para
no ingresar en el círculo de la violencia? Cuando una madre dice
“Yo creo que se fue
a la calle porque no tengo nada que darle”;
¿podemos afirmar con ligereza que la responsabilidad es de los
padres?; ¿acaso este joven y esta familia, así como tantas otras,
no son víctimas de la miseria, de una ausencia de Estado, de una
falta de responsabilidad de la sociedad, frente a quienes viven
situaciones de vulnerabilidad?
Si
día a día las cifras de violencia van en aumento también es porque
los jóvenes no tienen más alternativas de sobrevivencia ni de
sentirse integrante y miembro de un grupo, ya que no les permitimos
un espacio dentro de esta sociedad por su condición o su
procedencia.
Entonces
¿Cuál es el papel del Estado y de cada uno de nosotros como
integrantes de éste, para no continuar viviendo sumergidos en el
miedo y para brindar a los jóvenes oportunidades de salir adelante?
Es
seguro que la represión o mayor control de las fuerzas armadas no es
la solución. Quizá tener mayores alternativas, opciones laborales
y de estudio puedan ayudar; pero acercarse a estos jóvenes,
escucharlos, nos sacaría de la ignorancia de pensar en lo violentos
que son y nos daría mayores luces para encontrar la solución.
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