Diego Sánchez
La Paz - Bolivia
En
una ocasión estuve escuchando una canción que llevaba por título:
"Un
niño con problemas de adulto" y
me preguntaba si allá afuera realmente hay niños con problemas y
preocupaciones que no son propias de sus edades, hasta que recordé
una historia en particular:
Yo
vivo con mis papás, pero casi no los veo mucho porque salen a
trabajar muy temprano, cuando yo estoy durmiendo. Los dos trabajan
vendiendo en la Ceja (un
barrio comercial de la ciudad de El Alto).
Venden de todo, a veces juguetes, a veces condimentos. Como yo soy el
hermano mayor, tengo que levantar a mis dos hermanitos para que
vayamos a la escuela. Se los hago su desayuno, cafecito con pan no
más y los tres nos alistamos pa ir a clases, pero antes tengo que
terminar de hacer cocer la comida que mi mamá dejó en la madrugada.
Por
la tarde les hago hacer sus tareas a mis hermanitos, pero a veces me
tocan la puerta para salir a jugar pelota, a veces salgo, pero a
veces mi mamá viene por la tarde a comer con nosotros y luego nos
cierra la puerta con candado porque tiene miedo de que nos entre
ladrón.
Un
día me encontré por la calle a este mismo niño, Pedrito (nombre
ficticio), que apenas tiene 9 años y que cargaba a su hermanito de 3
años en su espalda, mientras su hermanito de 7 años correteaba a no
más de unos 5 metros de distancia. Le pregunté por qué no había
venido el pasado sábado a la Biblioteca de Calle y él me contestó
que fue a vender con su mamá a la Ceja junto con sus hermanitos.
Más
allá de tener a simple vista una niñez que se va diluyendo entre
responsabilidades de adultos, me di cuenta que esa familia está
unida por la pobreza, pero más que nada por su lucha por salir de
ella. A Pedrito seguro que le duele el no poder quedarse a jugar
pelota con sus amiguitos en la calle, pero tiene un sentimiento más
fuerte que ese dolor y es la ilusión y la esperanza de ver a su
familia junta salir de la pobreza y el hambre, sin importar el
sacrificar parte de su niñez.
Como
Pedrito, son muchísimas las niñas y niños que a corta edad cambian
el disfrute pleno de una niñez por responsabilidades, a veces
impuestas y a veces voluntariamente contraídas, que más allá de un
profundo pesar, también nos demuestra que el salir de la miseria
puede y debe ser tarea de todos.
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