Alberto Ugarte Delgado
El jueves 17 de octubre, a iniciativa del “Colectivo
por la Igualdad
y Defensa de los Derechos Humanos” y
como parte de la conmemoración del “Día Mundial para la erradicación de la Pobreza Extrema ”, la actriz Delfina Paredes presentó en Cusco el monólogo: “¿Florecerá mi Nombre?”, fruto del
encuentro con familias del cuarto mundo de la ciudad del Cusco y de la Comunidad Campesina
de Cuyo Grande.
Delfina
Paredes, una de las actrices más
populares del Perú, con una gran trayectoria en el teatro y la televisión, supo
con mucha sensibilidad y respeto, recoger los testimonios y las experiencias de
estas familias, quienes desde lo más profundo de ellos mismos expresaban su sed
de reconocimiento, como ciudadanos de
pleno derecho y como personas con una dignidad que respetar. Con su gran
talento Delfina construyó un personaje, Rudecinda, que sintetiza la vida y el
combate de miles de madres de familia de
nuestra sociedad, que en medio de la adversidad y las dificultades, luchan a diario por sostener a su familia unida y mantener encendida la
esperanza de un mañana mejor para los
suyos.
Me parece
significativo que en el marco del 17 de Octubre se realice un evento cultural
como el que nos presentó la actriz Delfina Paredes, pues la lucha contra la pobreza no debe
reducirse a la lucha contra la pobreza del hambre, del frío y del desamparo,
todas esas expresiones materiales de la pobreza que tanto nos conmueven e
indignan; sino también contra todas esas otras formas, quizás más sutiles, pero
no por eso menos perversas y destructivas, como el hecho de privar a una
persona de la posibilidad de acceder al patrimonio cultural que a lo largo de
siglos y desde lugares distintos de
nuestro planeta el hombre ha ido creando.
Pero es tal vez más injusto, privarlo de las posibilidades y los medios
para construirse él mismo como un actor cultural, capaz de enriquecer su propia
cultura y la cultura universal.
No en vano el Padre Joseph Wresinski, iniciador del 17 de
octubre, señalaba a la pobreza extrema como un despilfarro enorme
de humanidad. Ante ello, tuvo siempre una preocupación central en torno a
la cultura y desde un inicio sus acciones estuvieron marcadas por esta
preocupación; es así que cuando estaba sobre el barro de la miseria en un
barrio de chabolas a las afueras de París, con familias que carecían de lo
indispensable, lo primero que hizo fue
un jardín de infancia para los más pequeños, un centro cultural para los
adolescentes y jóvenes, un “foyer”
comunal para los adultos, en el cual pudieran aprender la música, el teatro, el arte y hacer cosas
bellas con las manos. Años más tarde reflexionando sobre esta relación entre
cultura y pobreza extrema, afirmaría: “…la
acción cultural es efectivamente primordial. Permite plantearse la cuestión de
la exclusión humana de una manera más radical que cuando se trata del acceso al
derecho a una vivienda, a un trabajo, a los recursos o a la sanidad. Podríamos
pensar que el acceso a estos otros derechos se hace ineludible cuando es
reconocido el derecho a la cultura. Transmitir un patrimonio cultural significa
integrar a aquellos que lo reciben en ese mismo patrimonio del que se
convierten en herederos. Significa crear una misma historia, identificarse cada
uno con la voluntad de crear un destino común entre todos los creadores de ese
patrimonio.”[1]
Si tal como
afirmamos la cultura debe ser un fin en sí mismo, debemos reconocer que es
también un medio inigualable para desarrollar nuestra sensibilidad, para
enriquecer nuestra visión del mundo, para permitir el encuentro, el diálogo y
la comprensión entre los hombres; en fin,
un medio para hacer de nosotros mejores seres humanos.
Queremos pues,
en el marco del 17 de octubre, insistir
en que la lucha contra la pobreza y la lucha por el acceso de todos a la
cultura, hacen parte de un mismo combate, que es el de forjar una sociedad en
la que toda persona tenga las posibilidades y los medios para desarrollarse
plenamente.
Lima,
octubre del 2013
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