Diego Sánchez
La Paz - Bolivia
En una ocasión, hablando
con una voluntaria permanente del Movimiento Internacional ATD CuartoMundo, reflexionamos sobre una acción que se repite día a día en
todas las grandes urbes de nuestros países y es el de pedir y dar
limosna o como lo pueden decir en otros lugares, el mendigar.
En esa ocasión ella me
compartió un interesante punto de vista: “Hay quienes
acostumbran a nunca dar limosna y hay quienes acostumbran a dar
siempre limosna. El verdadero esfuerzo está en cuestionarse cuándo
dar y cuándo no, ese simple acto te hace acercar a la persona que
pide ayuda, conocerla como persona y dejar de verla como simple
objeto de nuestra caridad”.
Ese comentario hizo eco
en mi ser al momento de presenciar una situación que seguramente
ocurre todo el tiempo, pero que pocas veces nos detenemos a observar.
Al caminar por el centro de mi ciudad, La Paz, miré a una turista de
cabellos ya blancos y con una cámara en mano, ella intentaba sacar
una fotografía de “algo o alguien” justo cerca de la entrada de
un restaurante. Por la distancia en la que me encontraba no lograba
percibir cuál era el objeto de su interés ya que entre ella y yo
había un mar de personas. Conforme fui acercándome más y más,
esta turista ya había logrado su objetivo, metió su cámara en su
compartimiento y entró al restaurante.
Cuando finalmente yo
había cruzado esa multitud de personas que iban y venían, me di
cuenta de que el motivo de la fotografía era una ancianita sentada
en las gradas del restaurante con la mano extendida pidiendo dinero.
Ahí me di cuenta que el único propósito de la señora que tomó la
foto, era eso, sólo tomar la foto de un ser pintoresco según su
mirada, reduciendo a esta anciana a una simple imagen que por sus
rasgos indígenas llamará mucho la atención de los amigos y
familiares de esta turista cuando regrese a su país.
Casi a menudo no nos
damos cuenta que las personas acostadas en el piso con la mano
extendida son tan humanos como cualquier otro, con conocimientos, con
el deseo de ser conocidos, con un anhelo al igual que cualquier otra
persona de ser portadora de dignidad. Casi pensamos que no son seres
humanos, casi los utilizamos para demostrar al mundo que tenemos
corazón, sacando algunas monedas que nos sobren y lanzándoles en la
mano o en su sombrero para luego pasar de largo.
No sé si estoy de
acuerdo o no con el hecho de dar limosna, pero pienso que si podemos
flexionar las rodillas y ponernos al mismo nivel de estas personas
para mirarlas a los ojos y conocer un poco más de su realidad, si
podemos conversar con ellas e intentar conocer qué la empujó a la
mendicidad, entonces seguramente aportaremos algo más que monedas.
de forma lamentable , es muy poco lo que se puede hacer para combatir este problema en el mundo
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