María Luisa Rojas
Guatemala Ciudad
Don
José y doña Lili, un día X empezaron a vivir en la esquina de mi
casa. Una noche, simplemente se acomodaron y se quedaron así, sin
nada, nada… a la intemperie; ni siquiera buscaron el rincón
protegido de una puerta… se quedaron en la esquina bajo el poste de
la luz.
A
la noche siguiente ya tenían unos cartones y un gran plástico, dos
días después tenían unas cajas… Poco a poco se fueron
estableciendo en “su casa”, hasta que por último ¡ya tenían un
colchón!, tan roto y harapiento como ellos y sus vidas, pero tenían
un colchón.
Durante
el día abandonaban su “habitación” y pasaban a su “jardín”,
la banqueta de enfrente, a recibir el sol, y la lluvia… Y las
miradas de desagrado y rechazo de muchos transeúntes. La calle y sus
diversos ambientes era su casa. Aquí venían de visita otros
indigentes; hablaban, se reían… y doña Lili y don José
aprovechaban los momentos de compañía para dormir, pues en la noche
velaban por el miedo que tenían de que les pasara algo.
Al
principio los vecinos se preguntaban por qué estaban ahí, esperando
que se fueran, que no se quedaran mucho tiempo pues podría ser
peligroso para el barrio. Ni siquiera sabían qué mal podían
causar, pero veían su presencia como una amenaza. Eran extraños que
estaban entrando en sus vidas sin pedir permiso. Eran vigías de todo
lo que pasaba en la calle. Eran una amenaza a la supuesta
tranquilidad de la rutina.
Creo
que lo que más molestaba es que eran como
espías de nuestra vida interior. Aunque nadie les abrió las puertas
de su casa, cerradas con doble llave y candado, ellos entraron y
escudriñaron la forma de vida de cada quien, obligándonos a una
reflexión de la que frecuentemente huimos: ¿Por qué tengo y otros
no?... ¿Por qué a veces no me conformo con lo que tengo y exijo
más?... ¿Por qué, aunque no quiera, desperdicio muchas veces la
comida o el agua?...
Estos
indigentes nos molestan pues nos cuestionan sobre algo que no
queremos pensar, nos hacen sentir impotentes, nos hacen sentir
injustos; nos hacen pensar, pero sobre todo, nos roban la
tranquilidad, pues nos hacen ver que de alguna manera en
algo somos responsables de esta situación…
En
contradicción a los días llenos de preocupaciones, críticas y
disgustos que muchos vivimos, doña Lili y don José amanecían con
una sonrisa. Los días que estuvieron viviendo en la esquina, a todos
les sucedió algo raro: alguien los saludaba al salir de su casa y
entrar en la calle. Los “buenos días” que decían era un saludo
muy alegre, sin embargo esa sonrisa llegaba a nuestras vidas como un
cuchillo que hace sangrar. Tanta alegría, tanto entusiasmo venía de
dos harapientos que no tenían nada… Y esto hace pensar…
Muy
de vez en cuando pedían una “limosnita”, pero siempre te
deseaban un buen día al verte pasar. Más que interesarse uno en
ellos, ellos iban cada día conociendo a sus vecinos, reclamando con
dulzura, a su manera, una mirada, una palabra, un trozo de pan, un
poco de vida que les permitiera salir, al menos por un instante de
ese rincón del mundo al que los hemos condenado a vivir.
Una
mañana X, muy temprano, se hace presente gran parte de la sociedad
en esa esquina olvidada: bomberos, policías, vecinos, reporteros de
prensa, curiosos,… Don José había amanecido muerto. Murió de
frío, de un golpe al caer, murió de olvido… No se sabe.
Tan
solo sabemos que doña Lili en su llanto, lamentaba su ausencia, le
asustaba su soledad y no dejaba de entristecerla el hecho de que
siendo su compañero de casi toda la vida que se lo hayan llevado
como un bulto y lo enterraran como XX. Repetía en sollozos: “Era
un hombre tranquilo; no le hacía daño a nadie. Se llamaba José, yo
lo conocía… y por no tener papeles se fue como un XX a la otra
vida…”
Esto
era lo que más le dolía. Entre hambre, tristeza y el miedo de estar
sola en la calle, doña Lili limpió la esquina, limpió su casa.
Puso flores y encendió una veladora… Fue a través de esta luz que
pudimos ver con todo su valor a estas personas que abandonamos, a
quienes despojamos de toda humanidad y dejamos vivir en un rincón
del mundo, en un lugar vacío, olvidado, indigno para un semejante.
Doña
Lili esperó nueve días de duelo en el mismo lugar y luego se fue.
Algunos la han visto a siete calles de esta
esquina, sola, amable, sonriente.… con la esperanza quizá, que la
mirada del mundo cambie y permita un mundo más confortable y justo
para todos.
Gracias María Luisa por hacernos pensar en tantas personas que viven en ese rincón del mundo. Pero más que hacernos pensar, gracias por empujarnos a seguir buscando esa mirada del mundo.....
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