El otro día en casa de
una familia en un asentamiento de Guatelinda, presencié una escena
que difícilmente olvidaré. Dos hermanos, el grande de unos doce
años, le leía a su hermano más pequeño de tres años. Pusieron
una tela en el suelo, bajo la sombra de un árbol de banano, y el
hermano mayor leía al menor las historias de un libro. Este libro no
tenía pasta, estaba un poco sucio de lodo, completamente abierto y
muy usado. “Se está preparando para ser animador de la biblioteca
de calle” bromeé con la hermana mayor, porque la lectura se hacía
con mucho amor y paciencia.
Mientras veía a estos
niños, en medio del desorden del patio de su casa, me hizo pensar en
la escuela de otro barrio. En esta escuela se desarrolla, como
proyecto piloto, el programa de lectura del gobierno. Han llegado
cuatro cajas llenas de libros bonitos, coloridos y de calidad.
Llegamos a conocer los libros y a tratar de participar con nuestra
experiencia en este nuevo programa de lectura. Ha habido desaciertos
y aciertos en el acompañamiento a este programa, pero hay uno que me
llama particularmente la atención: los maestros tienen miedo de que
los libros se arruinen.
“Siete años tienen que
durar”, tienen mucho miedo de que los niños los ensucien, que los
descubran, que los rompan, pero ante todo tienen miedo de que les
descuenten de su sueldo el precio de los libros. Pensaba yo que en
siete años habrá cambiado el gobierno y ya nadie irá a comprobar
de que los libros sigan “como nuevos”. También pensaba en la
librera cerrada con candado que está detrás de la directora, lleva
ahí varios gobiernos, intactos ¡pobres libros! No han cumplido su
razón de ser.
A todo esto, son los
niños de la escuela de este barrio que se privan de la experiencia
del contacto con el libro, abrirlo, mirujearlo, olerlo, abrir bien
los ojos para estar seguro de lo que ves y para los niños más
grandes, desde luego ¡leerlos! Y compartirlos luego con un amigo,
con un hermano. Eventualmente los libros se gastarán ¡qué bien!
Significa que alguien los leyó. Por el momento, seguimos en diálogo
para ver si estos libros son “liberados” de su caja y les
permiten vivir.
Desde Escuintla - Guatemala,
Linda Garcia
Qué tristeza, me recordé de cierta colección de cuentos, que por ser muy cara no quería que se arruinaran, hasta que creció mi princesa y los empezó a leer, se los leyó a su hermana, y aunque ahora los libros ya no lucen como nuevos, se que fueron fuente de inspiración para que algún día la lectura fuera su pasión.
ResponderEliminarMuy bien, eso es lo que nos hace falta en Guatemala personas que piensen y puedan crear, soy maestra y a veces no cumplimos nuestro rol porque realmente el gobierno en turno solo envía programas sin explicación alguna y cuidado si hace falta algo en la escuela
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