Carmelo vive en una pequeña chabola
hecha con tablones, cartones y plásticos, al pie de un árbol, en
una pequeña bifurcación de caminos a las afueras de la ciudad.
Este lugar fue conocido en su día por
albergar el mayor “supermercado de la droga” del sur de Madrid,
pero de aquello sólo queda el recuerdo, la reputación, y algunas
personas que aún se refugian allá huyendo de la gran ciudad,
curando sus heridas, sobreviviendo.
Un compañero, rumbo a la casita de
Carmelo, me decía: “esto parece Sarajevo”: escombros de casas
derribadas y restos de una vida que quedó esparcida por todas partes
tras el realojo y la destrucción del barrio hace años.
Y Carmelo está ahí, sentado en su
silla de ruedas (tiene amputadas las dos piernas) de espaldas al
camino. Está cerca de un fueguito en el que separa la chatarra que
le ayuda a comer, de lo inservible. Los rescoldos también dan
calorcito, lo que no viene mal en este descampado.
Nos ha pedido hace días que le
ayudemos a sacarse su documento de identidad. Lo perdió hace tiempo
en un recodo de su vida vapuleada por la pobreza y la exclusión. Con
el documento en mano, espera poder tramitar alguna pensión por
invalidez que le ayude a salir de este lugar al que llegó hace 10
años y del que no ha vuelto a salir.
Su cara surcada de arrugas nos recibe
con una gran sonrisa. Sin embargo, venimos a contarle que de momento
no logramos que los servicios competentes
vengan a buscarle. Su caso les “chirría”. No es habitual. Según
ellos Carmelo no debería estar allí. Ya se hizo lo necesario para
que este asentamiento desapareciera, así que él o su compañera
deberían movilizarse hasta los Servicios Sociales. Cuesta dinero
hacer venir un equipo que responda a su pedido. Además, para el
nuevo documento de identidad se necesitan datos que Carmelo no sabe
dar. Así que los servicios competentes
no quieren colaborar y darle la cita.
Mientras insistíamos por teléfono
para lograr que un equipo de calle se desplace para verle en carne y
hueso y no juzgar la situación desde su oficina, pensaba yo que la
pobreza extrema siempre rebela los límites de la sociedad y nuestras
instituciones. Las realidades humanas se cuelan entre las normas
dictadas, los protocolos de intervención y los límites fijados a la
responsabilidad de cada institución (que compartimentan y trocean la
vida de la población como si no fuéramos un todo)
Y por esas fisuras se cuelan y quedan
marginadas por años personas como Carmelo, que no cumplen los
requisitos que justifican la intervención de las instituciones
competentes
para permitir a cada uno ser y existir con los demás.
Pero en las instituciones hay personas
también. Dimos con una que se permitió ir más allá de normas,
protocolos y límites institucionales, para bordearlos y ver a la
persona. Su compromiso, quizás permita a Carmelo obtener de nuevo su
documento. Aún nos quedan por sortear los “peros” de otros
servicios competentes
implicados.
19
de marzo de 2014, Álvaro Iniesta Pérez
Madrid
Madrid
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