Diego Sánchez
La Paz - Bolivia
En este último tiempo he visitado el
Centro de Orientación Femenina en Obrajes, ciudad de La Paz. Es un
penal que alberga a una gran cantidad de mujeres, en muchos casos
madres que viven con sus pequeños hijos recluidos, pagando condena
por una variedad de delitos mayores o menores.
Parece ser un pequeño barrio, con
calles angostas donde transitan día a día sueños y esperanzas por
justicia, una que no retrase sus aspiraciones de recibir un juicio
justo. En la actualidad más del 60% de su población no cuenta con
condena, en muchos casos llevan más de tres años sin ver luces
sobre sus casos.
Mi casual visita me dejó conocer una
realidad que muchos no nos imaginamos cuando pasamos delante de esas
paredes altas y alambradas. Al interior se vive la misma pobreza,
como lo relatan algunas madres de familia con quien el Movimiento ATD
Cuarto Mundo tuvo la oportunidad de conversar: “Estamos aquí no
porque hemos cometido un delito, estamos aquí porque somos pobres,
porque los ricos pueden pagar abogados y jueces, pero a nosotras
nadie nos escucha, por más de que seamos inocentes o no”.
Lo cierto es que muchas de estas
personas privadas de libertad están recluidas por defensa propia, es
decir que sufrieron pasiva y silenciosamente violencia intrafamiliar
de sus cónyuges durante mucho tiempo, al punto de buscar justicia
por sus propias manos ya que en este país, como en muchos otros, la
justicia definitivamente no tiene rostro de mujer, mucho menos de
mujer pobre.
Por supuesto hay de las otras, quienes
están encerradas en este centro penitenciario por narcotráfico.
Aunque durante un debate promovido por el Movimiento, se desnudaron
situaciones que pocas veces se tiene el valor de decirlo: “Estamos
aquí porque hemos sido empujadas a delinquir, a falta de condiciones
dignas de trabajo…”
El tema no es justificar los delitos,
es entender lo que hay por detrás de ellos y las consecuencias que
acarrea, incluso a extremos más allá de lo esperado. Esto lo he
evidenciado por ejemplo en nuestros debates con estas mujeres, es
decir, al intentar conocer la realidad de alguna de ellas, respondían
con voz casi imperceptible: “No me pregunte a mí, pregunte a la
señoras de atrás”, con temor en sus cabezas agachadas y
miradas que nos hablan más de lo que las mismas palabras nos dicen:
“Hay grupos de poder que generan control sobre nosotras”.
En otras palabras, además de la privación de libertad también se
vive falta de libertad de expresión, un doble encierro que muchas
mujeres sufren.
Es un sufrimiento que lastimosamente no
termina en sus vidas, es un sufrimiento que es heredado a sus hijos,
los mismos que viven con ellas hasta los 13 años y que luego son
destinados a albergues u hogares adoptivos al interior del país. El
dedo señalador, acusador y discriminador de la sociedad ya no apunta
solo a ellas, apunta también a sus hijos: “Nosotras estamos
encerradas aquí, pero nuestros hijos tienen que enfrentar el mundo,
cuando van al colegio son señalados y discriminados por tener una
madre en la cárcel”.
Es necesario conocer toda esta serie de
causas y efectos de la vida en los penales para entender la humanidad
que habita en todas las personas privadas de libertad, ya que al ser
recluidas, no termina su vida, al contrario, comienza otra,
diferente, matizada por injusticias, violencia y discriminación.
¡Muy impresionante! tu presentación de la vida de estas mujeres en la cárcel, y lo que dicen del por qué están allí... Me reuerda lo que me contó Alain Genin, que fue voluntario permanente de ATD Cuarto Mundo en Bolivia. Las cosas no han cambiado, desgraciadamente...
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