lunes, 13 de octubre de 2014

Enredados sí se puede


Dani García
Madrid 

Este verano, durante el Festival del Saber, tuvimos la oportunidad de visitar y conocer mejor tres barrios diferentes en los que desde hace poco más de un año realizamos la Biblioteca de Calle. La propuesta del Festival era recoger las “Historias de Barrio” de cada lugar, rescatar no sólo sus sombras, que son las que más fácilmente aparecen en un primer contacto, sino también sus luces, los esfuerzos y compromisos de sus vecinos, aquellas cosas de las que unos y otras pueden sentirse orgullosos, aunque a veces no se atrevan a decirlo en voz alta.

El resultado de esta propuesta de recoger las historias que atraviesan cada barrio fue muy curioso. En el lugar donde la condiciones físicas eran más difíciles, ya que las familias habitan en viviendas que tienen más de cincuenta años, autoconstruidas, con muchas goteras y deficiencias varias, sin embargo los relatos de la vida en el barrio eran mucho amables, luminosos. Mientras tanto, en el barrio donde las viviendas eran de mayor calidad, con espacios comunes bastante agradables, las quejas sobre el desencuentro entre vecinos eran constantes, y parecía como que nadie estaba a gusto en ese lugar. Algunas personas hablaban con añoranza de cómo era el barrio antes de que se levantaran los bloques de pisos donde ahora viven tantas familias, cuando eran tan solo 40 o 50 en casas bajas o chabolas. ¿Por qué esa añoranza de un tiempo en el que las condiciones de vida se nos presentan como mucho más duras? La respuesta aparecía evidente en labios de quienes nos contaban esas historias: allí la gente se conocía, se apoyaba cuando hacía falta, la solidaridad era posible. Lo mismo que pasaba en el primer barrio que comentaba, donde en medio de esas viviendas avejentadas, algunas medio derruidas, aún son evidentes los lazos que unen a las diferentes familias. Allí no hay lugar para esconderse, así que los encuentros (los desencuentros también, claro) son inevitables pero, sobre todo, cuando surgen necesidades no se puede mirar hacia otro lado y no queda otra opción que extender la mano para apoyar al vecino.

Estas redes de apoyo son las que han construido los barrios de nuestras ciudades, esos barrios conquistados por las familias que a través de la autoconstrucción y la lucha vecinal consiguieron ir viendo reconocidos algunos de sus derechos por parte de las administraciones. Quizás por ese poder que demostraron en su momento los movimientos vecinales, los planes de desarrollo urbanístico diseñados en las últimas décadas por las autoridades parecen empeñados en hacer cada vez más difícil el encuentro, la solidaridad y el apoyo mutuo, a través de dinámicas que generan aislamiento y la división en los barrios, dentro de la dinámica de cada vez mayor incomunicación que se da en nuestra sociedad.

Sin embargo, no es posible hacer desaparecer del todo ese ímpetu solidario, de encuentro, y resurge con fuerza cuando la situación se pone más difícil. Esta semana pasada tuve la oportunidad de acercarme y conocer a uno de los grupos locales de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca que tanto están luchando por el reconocimiento del derecho a una vivienda digna. Personas que se compraron su casa según el modelo de aislamiento y comodidad individual imperante, y que de repente se vieron en la calle, sin dinero y con muchas deudas, pero sobre todo muy solos. Personas que, a través de la lucha colectiva de esta Plataforma, descubrieron una dinámica de apoyo mutuo que les ayudó a salir de su problema individual y comprometerse en la lucha por otras también. Esta lucha colectiva la colocan siempre como eje fundamental en todo lo que hacen, el “nos tenemos que apoyar entre todos, ahora estamos contigo y luego tú estará con otros”. Pero sobre todo me impactó el constatar como esta solidaridad puesta en marcha les lanza mucho más lejos de lo que me esperaba, posiblemente mucho más lejos de lo que ellos hubieran imaginado antes de encontrarse luchando juntos.

Llegamos a la Plataforma para pedir apoyo para una familia que desde hace años vive en una nave de la que ahora el Ayuntamiento les quiere expulsar sin ofrecerles ninguna alternativa de vivienda a cambio. Nuestra duda era si esa situación tendría eco y sería entendida y bien acogida en una asamblea donde todos los participantes eran personas que habían tenido un trabajo, una hipoteca, una vida “dentro del sistema”, por así decirlo, aunque ahora estén en una situación difícil. Nos temíamos que la distancia respecto a esta familia que ha vivido siempre en condiciones de pobreza y exclusión, siendo además gitana, pudiese ser excesiva.

Nada de eso ocurrió. Desde el primer momento se señaló que la situación de esta familia era diferente a la de todas los demás participantes, pero eso no fue impedimento para que se analizase la situación conjuntamente y salieran diversas personas voluntarias dispuestas a movilizarse al lado de la familia para hacer presión al Ayuntamiento y que asumiera su responsabilidad en cuanto a poner todos los medios a su alcance para que esta familia pudea tener a acceso a unas condiciones de vida dignas. “Estamos con vosotros”, “Contad con nuestro apoyo”, “Buscaremos juntos una solución”, fueron algunas de las frases que hemos escuchado en diversos momentos de esta semana.

Parece cómo que tras haber sentido la parálisis de la impotencia en una situación crítica y desde ahí haber conseguido trabar redes de solidaridad y apoyo mutuo con otras personas dispuestas a acompañar, pase lo que pase, se han abierto nuevos horizontes a quienes han experimentado este proceso en carne propia. De repente la clave ya no está en señalar nuestras diferencias, sino en encontrar los puntos comunes que nos unen, especialmente a partir de la experiencia de injusticia vivida en primera persona, para poder hace frente a las dificultades confiados en la fuerza del sentirse acompañado.

Ahora que se acerca el 17 de Octubre, Día Mundial para la Erradicación de la Extrema Pobreza, me ronda todo el día por la cabeza esta cuestión: ¿cómo generar procesos de apoyo mutuo que nos permitan experimentar y construir estas redes que no solo nos aseguren el no caer al vacío, sino que también nos permitan tomar impulso para saltar más alto de lo que jamás imaginamos?

Al mismo tiempo, quienes desde siempre han vivido en la pobreza conocen muy bien la importancia de este tipo de redes y apoyos, aunque en muchas ocasiones no son reconocidos como validos: la acogida de familiares que están sin vivienda en la propia casa es señalado como hacinamiento y perseguido como una mala práctica que hay que evitar, la reconciliación tras episodios de violencia se marca como debilidad o falta de inteligencia, sin asomarse a la puerta que se vuelve a abrir para seguir construyendo un proyecto compartido... Son redes precarias, llenas de remiendos, pero situadas tan a ras de suelo que no dejan a nadie por debajo, que permiten que todos puedan participar y entretejer.

Ojalá este próximo 17 de Octubre nos permita descubrir y nos lance de lleno a enredarnos unos con otros, partiendo de lo más abajo posible, dejándonos sorprender, como muchas da las personas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, al ir descubriendo la potencia y la esperanza que somos capaces de generar en colectivo.

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