lunes, 24 de junio de 2013

La Educación Prohibida

Linda García Arenas
Guatemala de la Ciudad

Hace unas semanas que me encontré con este documental de “La Educación Prohibida”, sobre la educación tradicional en América Latina (aunque seguramente en otros lugares del mundo). Mientras lo veía no dejaba de pensar en los niños de las escuelas públicas guatemaltecas que conozco. “La escuela es un gran parqueadero de niños”, decía uno de los exponentes. Me hacía pensar en las interminables horas de recreo descontrolado que tienen los niños en las escuelas “la gran guardería”.

Pienso también en la analogía de la escuela con la fábrica, su estructura, su orden, los grados que hay que pasar… pienso en las interminables planas de letras y números, que los niños pasan haciendo. Pienso en Rita1 haciendo esfuerzos para estar sentada haciendo las planas, a pesar de su inquietud y su energía.

También pienso, sueño, con el día en que la escuela sea diferente. En que la educación, sea diferente, ¡nos haga libres!

Espero que tengan un tiempo para ver el video.




1 Nombre ficticio   

La familia: Refugio de identidad, amor y libertad

El pasado 15 de mayo, en distintos lugares del mundo, miembros del Movimiento conmemoraron el “Día Internacional de la Familia”, fecha instituida desde 1994 por mandato de las Naciones Unidas. ¿Por qué es importante una fecha como ésta? y ¿por qué desde el Movimiento ATD Cuarto Mundo hacemos un alto para recordarla?

Habría que señalar que en el mundo de hoy las familias están en una permanente tensión por las exigencias, problemas y conflictos que generan la modernidad; es común hoy el escuchar hablar de la crisis de valores en nuestra sociedad y de todo lo que esto genera en la vida cotidiana tanto al nivel de la relación entre las personas como en la relación con el mundo que nos rodea; hoy más que nunca el motor que mueve nuestra sociedad es el del engrandecimiento personal, la acumulación y la satisfacción inmediata de las necesidades, pesadas cargas que caen sobre la familia, la agobian y la destruyen.

En este contexto revalorar la familia como núcleo fundamental de nuestras sociedades es algo esencial, detenerse en los esfuerzos que se hacen tanto desde el Estado, como de la Sociedad Civil por reforzar la familia debiera ser una preocupación de todos y debiera estar en el centro de nuestras políticas nacionales de salud, educación, trabajo, etc.

La pobreza extrema destruye a la familia, esta es una realidad que nos enseñan y de la cual nos prevén los más pobres. Ellos, que ven sus lazos familiares fragilizarse a causa de las carencias e inseguridades que viven cotidianamente, expresan una sed profunda de familia que se manifiesta en los esfuerzos cotidianos por asegurar la comida de los hijos, procurarles educación, salud y en medio de todo ello mantener la familia unida.

Los más pobres saben por experiencia vivida lo que el Padre Joseph Wresinski afirmaba al defender la familia frente a los embates y los ataques de la que es víctima: “La familia es el único refugio del hombre cuando todo lo falla; sólo allí encuentra a alguien que lo acoja, sólo allí sigue siendo alguien. En la familia encuentra su identidad. Los suyos, sus hijos, su esposa, su compañera….constituyen para él su único espacio de libertad”

Desde el Movimiento ATD Cuarto Mundo reafirmamos nuestra voluntad de ser un Movimiento familiar, un Movimiento de defensa de la familia porque somos un Movimiento que busca acabar con la pobreza y la exclusión. Tener como referencia a la familia y centrar nuestros esfuerzos en ella nos aleja de todo combate parcial frente a la pobreza, nos obliga a una mirada más global y por ello a un desafío mayor.

Que el “Día Internacional de la Familia” sirva para revalorar el rol fundamental de la familia en la sociedad; pero también, para que sean el duro trajinar, la lucha y las esperanzas de las familias más abandonadas y desvalidas las que iluminen nuestra acción y nuestra lucha por un mundo mejor.

Alberto Ugarte Delgado
Lima - Perú

lunes, 17 de junio de 2013

El campo y la sustentabilidad

Por: Mariana Guerra, Brasil

Esta mañana me desperté con esta frase en los parlantes de la ciudad donde vivimos: “Buenos días! Que lindo día esta haciendo esta mañana”. Inmediatamente al escuchar estas palabras, salí afuera a ver el día. Un sentimiento de paz y armonía me invadió. Pensé en todas las personas que se despertaron de la misma manera este domingo.

Desde que nos hemos instalado en el campo, notamos que el ritmo de vida es otro. Al inicio me parecía demasiado lento. Todo era lento! salir para dejar los niños en la escuela (que está a 5 minutos de la casa) tardaba una hora. Todos están en la calle esperando el rayo de sol y hablando con las personas que pasan. Las personas tienen tiempo para hablarse, para conocerse, visitarse o para preparar un poco más de comida pensando en los vecinos... Qué mundo es ese? Parecía que vivían en otro mundo, en otro tiempo, con otros valores.

Un amigo vino de la ciudad a visitarnos y pedí que me acompañase al carpintero, pues tenía que hablar sobre un mueble. Lo que era 1 minutito para entregar las medidas, se volvió una hora y media de charla. Mi amigo se fue solito a la casa a los 40 minutos, pues ya estaba impaciente. El señor me dijo que haría el mueble en una semana. Bueno, 9 meses después llegó el mueble y más: hasta ahora ni sé cuánto costó! Entregó el mueble en la casa y me dijo, hace 10 días, que después hablábamos sobre el precio. Él no tiene prisa.

En todo este proceso de 9 meses, lo mismo que un embarazo, pasé por muchas etapas: impaciencia, ganas de hacer por mi cuenta una parte, rabia, desesperanza, hasta que por fin, cuando ya no esperaba que lo haría, estaba listo. Detrás del tiempo de este señor, había un inmenso conocimiento sobre la madera, el corte, la calidad, el tiempo para secar la madera, el diseño del mueble... lo ha hecho con tanta sabiduría, cuidado y cariño que me ha hecho pensar en todo lo que hay detrás de la otra persona y que ni podemos imaginar que existe. Nunca había pensado que había tanta ciencia en la carpintería!

Pero, de qué vale todo este saber en los días de hoy? Qué hacer de este conocimiento en un mundo donde la producción y el consumo está todo basado en poder entrar en una tienda y comprar el mismo modelo que has visto en la televisión? Donde las empresas están interesadas en producir cosas de mala calidad, para que se malogren rápido y uno tenga que volver a comprar? Por qué esperar 9 meses para tener un armario si hubiera podido entrar en una tienda y tenerlo al mismo momento y pagar en 9 meses?

Ando pensando mucho en los mecanismos de producción y consumo que nos son impuestos en los días de hoy. Nuestra sociedad está marcada por el consumo y todo gira al rededor de eso. Si miramos la cadena de producción y consumo, solo somos capaces de ver una pequeña parte del proceso y nos damos cuenta que el precio que pagamos en una mercancía no siempre paga la materia prima. Entonces, quienes pagan por el resto? Las personas que han sido desplazadas en la extracción de la materia prima? Los trabajadores ilegales (o esclavos) de la industrialización? Los que no pueden pagar por algo y entran en deudas para poder sentirse parte de la sociedad consumista? Quiénes?

Sin embargo todos ellos han pagado algo para que un producto de mala calidad llegue a precio bajo en nuestras manos. Si pensamos en el proceso, vemos que los gobiernos están más a servicio de empresas que de las personas y todos sabemos el porqué de eso. Todo eso no es sostenible, explota! Y quienes son los primeros a sentir esta explosión? Los mismos que ya han pagado con sus vidas.


Pienso que valorar la producción local es mucho más que cuestión económica. Es recrear una manera de hacer sociedad. Es valorar las relaciones y los saberes de las personas. Es luchar por un mundo con menos desigualdad, basado en el respeto a las personas y a la vida. En cuanto al ritmo de vida, el campo nos enseña: caminemos más lento, pero conociendo a las personas que nos cruzamos y el camino por donde vamos.

Sueños quemados

Daniel García, Madrid

Nos hemos visto muy poco, Ioanna. Tan sólo hace un mes que cruzamos las primeras palabras, cuando llamamos a tu puerta. Una puerta de madera raída, medio desvencijada, que no era capaz de cerrar la entrada a esa casa, antes abandonada, en la que varias familias os habíais refugiado tras haberse quemado la anterior en la que vivíais. Llegamos con nuestra maleta azul llena de libros, dispuestos a explicar nuestro proyecto de Biblioteca de Calle y a invitar a todo niño o niña que encontráramos a participar en ella la próxima vez que viniéramos. En ninguna de las puertas que tocamos nos encontramos con una acogida como la tuya, ni con esas ganas inmensas que desplegaste desde el primer momento por jugar, por reír, por leer, por compartir. Un sí rotundo, claro, junto con una búsqueda inmediata de a quién más podía interesar la actividad: “mi hermano no sabe leer, y mi madre quería buscar un lugar donde pudieran ayudarle”.

Cuando volvimos, al cabo de un par de semanas, estabas junto con varios hermanos y primos esperándonos en el parque que te habíamos propuesto para hacer la Biblioteca de Calle, un lugar en el que se reúnen muchos niños al estar a la salida de un colegio. Ibais todos vestidos como si fuerais a una fiesta, y nos contagiasteis enseguida la ilusión por el encuentro que íbamos a compartir. Imposible no dejarse arrastrar por vuestra alegría. Pero en tu rostro había una sombra, Ioanna. Nada más llegar me preguntaste si no podíamos ir a otro parque que estaba un poco más lejos, en el que había más espacio. Me daba la impresión que había cierta angustia en tu cara, como si no estuvieras cómoda. El parque estaba lleno, es cierto, porque estaban todavía much@s niñ@s del colegio concertado de al lado, tod@s con su uniforme. Un colegio que no es el vuestro, una plaza, un espacio que no soléis compartir, quizás para no exponeros a las miradas, a los juicios, a la distancia que otros marcan cuando os ven, simplemente por el hecho de ser gitanos rumanos. De hecho así fue. Varios niños se acercaron con curiosidad a ver qué hacíamos; ninguno de ellos se animó a sentarse a leer a nuestro lado. Aún así, conseguimos disfrutar y mucho de la tarde compartida con vosotros entre libros y juegos, y al final de la misma nos compartiste uno de tus sueños: ir a la biblioteca municipal que hay en el barrio. “¿Cuándo vamos?”, nos dijiste para que no nos olvidáramos de tomarlo en serio.

Esta semana pasada nos tocaba volver a ir. Pero la noche antes de cuando habíamos fijado nuestro siguiente encuentro, el barrio se llenó de sirenas, luces y olor a chamusquina, así como de vecinos que salieron de sus casas para ver qué es lo que pasaba. No sé porqué, pero enseguida que oí la sirena de los bomberos pensé en ti y en tu familia, como si no pudiera ser otra la casa que se estuviera quemando. Quizás no podía ser otra, efectivamente, porque la precariedad en la que os veis obligados a vivir os pone en riesgo de manera permanente. Al salir a la calle, enseguida os vi, en medio de las luces, los coches de policía, las ambulancias, los bomberos y los vecinos. Como si vuestra tragedia hubiera sido seleccionada para salir al escenario y hacerse pública delante de todo el barrio. No calculo muy bien, pero erais entre 30 y 40 personas, la mitad de ellas niños, quiénes os habíais quedado en la calle, sin pertenencias, todo quemado. Nadie salió herido, pero todos quedasteis a la intemperie. En el corrillo de vecinos que miraba desde la barrera, todo tipo de comentarios, algunos despectivos, otros de preocupación al ver tantos menores en la calle, algunos se volvían a sus casas para coger algunas mantas y ropas de abrigo que poder prestaros. Vuestra indefensión, hecha pública, sacaba lo peor y lo mejor de quienes queramos o no formamos una comunidad en este territorio que compartimos.

Me costó tiempo encontrarte entre tanta gente. Cuando por fin lo hice, me acerqué, y te extrañó verme por allí. Te expliqué que yo también vivo en el barrio. Enseguida me dijiste que no sabías si podrías venir al día siguiente a jugar, a leer, porque tendrías que ir a otro barrio a casa de unos familiares que os acogerían; de repente nuestro nexo de unión se rompía, y con él la posibilidad de cumplir tu sueño de visitar la biblioteca. “¿Cómo lo podríamos hacer ahora?”. No sólo se había quemado lo material, sino también muchos proyectos, como éste de entrar como cualquier otra niña en un espacio abierto a todos pero al mismo tiempo tan distante. Nos quedamos en silencio. Como no supe que decir, decidiste seguir tu ronda acercándote a consolar a los niños más pequeños, que por los nervios y el cansancio rompían a llorar. Sueños quemados mientras no se puede dejar de atender a lo fundamental, el cuidado de quienes constituyen la única red que puede sostenerte en estas situaciones de extrema precariedad.

Al día siguiente, una vez ocultas de nuevo vuestras dificultades, quién sabe dónde y de qué manera, los comentarios que escuché te daban la razón cuando nos pedías salir del parque lleno de niños, Ioanna. Nadie parecía querer tomar en cuenta vuestra existencia, vuestra lucha, vuestra pasión por vivir. A muchos les molesta vuestra presencia. Los del equipo de la Biblioteca de Calle fuimos por si acaso algún milagro hubiera permitido que vinieras de nuevo con tus hermanos y primos a leer un rato con nosotros. Pero no. El milagro no se dio.

Y sin embargo, sigues estando muy presente para mí. Se me quedó grabada tu imagen, siempre en pie, mirando alrededor para ver dónde tocaba acudir, donde apoyar, mientras hacías recuento de tus sueños, tratando de salvar algún rescoldo entre tantas cenizas.


Hasta la próxima, Ioanna. Y mucho ánimo, mucho coraje, para poder seguir manteniéndote en pie.  

lunes, 10 de junio de 2013

La calle no tiene hijos

Saint Jean Lhérissaint
Puerto Príncipe - Haití

En las calles de Puerto Príncipe y de otras ciudades en el interior, encontramos a niños de ambos sexos y de todas las edades. Hay gente que les llama « niños de la calle », « koko rat », « grapyay », « sin familia ». Se los encuentra sobre todo en las estaciones de tap tap (buses), en las plazas públicas, en los grandes cruces y en todos los lugares donde se reúne mucha gente. No todos los niños que viven en las calles tienen los mismos objetivos. Las causas que los llevan a esta situación son diferentes. Hay muchas razones que explican la presencia de los niños en las calles de Haití. Hay niños que están en la calle porque fueron golpeados por sus padres. Los hay quienes perdieron a sus padres o a sus tutores. Otros llegan a las calles porque la situación económica de su familia es muy difícil. A otros los botaron a la calle sus propios padres y... en fin otros vienen de la provincia porque les dijeron que en la capital hay trabajo. Una última « categoría » de niños viven en la calle porque un amigo, que ya vive en la calle, los invitó a unírsele con el objetivo de ser libres como una mariposa.

Para vivir, los niños que viven en la calle hacen trabajos diversos : embarcar los tap tap, limpiar los carros, lavar platos, mendigar. También recogen todo lo que encuentran en su camino y que puede ser vendido como fierro, aluminio, cable eléctrico, botellas, etc... Cuando no encuentran nada, van a sentarse al lado de los que venden comida para pedir a los clientes que les dejen algunas cucharas en el plato. Siempre se informan sobre dónde pueden encontrar algo. A veces sucede que los niños apoyan a sus familias con lo que ganan en la calle. Julien, un niño de 12 años dice : « Cada vez que voy a trabajar, si gano algo de dinero, siempre llevo algo para mi mamá. A veces mi mamá llora al tomar el dinero, pero de todos modos lo acepta porque no tiene. Ella dice que no es ésta clase de vida que quiere para su hijo, pero la pobreza la obliga ». Los niños se exponen al peligro antes de ganar algo de dinero. A veces los carros golpean a los niños cuando éstos están ofreciendo sus servicios a los vehículos. A menudo sufren insultos y humillación. Incluso son apaleados a veces porque las personas no los soportan.

Los niños que viven en las calles son víctimas de violencia por parte de sus compañeros, los adultos y las autoridades. Cuando un niño entra en una base (grupo), deberá obtener su integración bajo el consentimiento de los otros. Para eso, se debe pagar un precio : él recibirá fuertes golpes, se le hace trabajar y toman el dinero en su nombre, incluso pueden ser obligados a hacer cosas que ellos no elegirían hacer por su propia voluntad. René dice : « Cuando golpeo a un niño que acaba de llegar a la base, no quiere decir que yo no lo estime. Lo único que hago es darle un “pase”. Hay que darle permiso a los recién llegados. Yo también fui bautizado a puñetes cuando llegué ».

Entre los niños que viven en la calle aquí, siempre hay peleas. El uno sufre la violencia de parte del otro. En realidad nunca son verdaderos amigos, tampoco son enemigos. Ellos se ven obligados a mostrarse fuertes para no dejarse atropellar por los demás. La regla es : arreglárselas con la realidad del cemento (concreto). Los mismos niños que acaban de pelearse, son los que caminan mano a mano algunos minutos después. La solidaridad no falta entre ellos. Es la calle la que les impide ser como corderos si ellos quieren protegerse.

A pesar de todas las dificultades que viven esos niños, ellos tienen una sonrisa en sus labios. Son solidarios entre ellos, a veces un pedazo de pan que un niño tiene, puede ser compartido con otros diez niños. Como todas las demás personas, ellos tienen sueños, les gustaría vivir de otra manera. Tienen la esperanza de que las cosas cambiarán y que ellos serán parte del cambio. Son muy talentosos, conocen muchas cosas. Están bien informados de todo lo que pasa en la sociedad. Están en la búsqueda de nuestra comprensión. No son casos perdidos, su manera de vivir puede cambiar si creemos en ellos. Ellos saben que un niño no puede vivir en la calle. La calle no tiene hijos.... pero hay niños que viven allí !!!


Vivir en la oscuridad

María Luisa Rojas
Guatemala Ciudad

Una vez por semana voy a un asentamiento de la ciudad de Guatemala a visitar a familias que viven en extrema pobreza.

Nunca he tomado una foto pero cada vez que voy guardo imágenes en mi corazón, en mi espíritu, en mi pensamiento, en mi propia vida,… Grabo imágenes que se me quedan dando vueltas en la cabeza. Llevo estas fotos conmigo a todas partes y en un momentito libre que tenga, cuando voy en el bus, por ejemplo, las veo y entonces, muchas preguntas vienen a mi mente… preguntas sin respuestas inmediatas, preguntas que, a veces, me quitan el sueño, preguntas que me invitan cada jueves a ir con ilusión al encuentro de alguna respuesta a tanta interrogante, de alguna respuesta que me ayude a entender esta parte de la realidad que me parece incomprensible y que quiero conocer.

Me impresiona mucho en estas imágenes la oscuridad de las casas en las que viven muchas familias y la penumbra en la que siempre se ven las cosas: paredes, techo, suelo, todo se ve del mismo color… color tierra, color sucio, color ollas tiznadas.

Aunque el sol sale para todos, construir casas luminosas es más caro que levantar cuatro paredes con techo de lámina… Una vez más, sin darnos cuenta, de forma inconsciente, espero, en la sociedad “desarrollada” para vivir en comodidad y confort, despojamos a otros de cosas tan valiosas como la luz, el aire, el agua y alimento.

Al no permitir el acceso de ciertas comodidades a todas las personas, no solamente limitamos la calidad de vida, sino que limitamos la vida misma. Matamos la vida.
Dejamos en la oscuridad a muchos niños, y niñas, a muchas personas que sin luz, no podrán brillar, no podrán dar lo mejor de sí, no podrán desarrollarse y crecer a plena luz.

Permitimos que esta vida en oscuridad sea una vida de alejamiento; otorgamos la atribución luminosa al conocimiento y aceptamos la oscuridad como la ignorancia; asociamos la luz con lo bueno y la verdad y dejamos lo malo, la mentira, lo secreto, lo prohibido a la oscuridad…

¿Por qué nos parece normal que en una vida con luz se tenga oportunidad de ser y que en la vida en la oscuridad se tenga que permanecer, como en una madriguera, en la sombra de la sociedad?

Ésta es una de esas tantas interrogantes que vienen a mi mente en esos momentos en los que puedo dejar un poco de lado mis preocupaciones diarias y pensar…, pensar quizá en las cosas importantes en las que deberíamos reflexionar más a menudo, ¡en la oscuridad de nuestra gente que vive en extrema pobreza!

lunes, 3 de junio de 2013

Un niño con problemas de adultos

Diego Sánchez
La Paz - Bolivia

En una ocasión estuve escuchando una canción que llevaba por título: "Un niño con problemas de adulto" y me preguntaba si allá afuera realmente hay niños con problemas y preocupaciones que no son propias de sus edades, hasta que recordé una historia en particular:

Yo vivo con mis papás, pero casi no los veo mucho porque salen a trabajar muy temprano, cuando yo estoy durmiendo. Los dos trabajan vendiendo en la Ceja (un barrio comercial de la ciudad de El Alto). Venden de todo, a veces juguetes, a veces condimentos. Como yo soy el hermano mayor, tengo que levantar a mis dos hermanitos para que vayamos a la escuela. Se los hago su desayuno, cafecito con pan no más y los tres nos alistamos pa ir a clases, pero antes tengo que terminar de hacer cocer la comida que mi mamá dejó en la madrugada.

Por la tarde les hago hacer sus tareas a mis hermanitos, pero a veces me tocan la puerta para salir a jugar pelota, a veces salgo, pero a veces mi mamá viene por la tarde a comer con nosotros y luego nos cierra la puerta con candado porque tiene miedo de que nos entre ladrón.

Un día me encontré por la calle a este mismo niño, Pedrito (nombre ficticio), que apenas tiene 9 años y que cargaba a su hermanito de 3 años en su espalda, mientras su hermanito de 7 años correteaba a no más de unos 5 metros de distancia. Le pregunté por qué no había venido el pasado sábado a la Biblioteca de Calle y él me contestó que fue a vender con su mamá a la Ceja junto con sus hermanitos.

Más allá de tener a simple vista una niñez que se va diluyendo entre responsabilidades de adultos, me di cuenta que esa familia está unida por la pobreza, pero más que nada por su lucha por salir de ella. A Pedrito seguro que le duele el no poder quedarse a jugar pelota con sus amiguitos en la calle, pero tiene un sentimiento más fuerte que ese dolor y es la ilusión y la esperanza de ver a su familia junta salir de la pobreza y el hambre, sin importar el sacrificar parte de su niñez.


Como Pedrito, son muchísimas las niñas y niños que a corta edad cambian el disfrute pleno de una niñez por responsabilidades, a veces impuestas y a veces voluntariamente contraídas, que más allá de un profundo pesar, también nos demuestra que el salir de la miseria puede y debe ser tarea de todos.

Un proceso legal de genocidio en Guatemala.

Max Araujo
Guatemala Ciudad


Desde hace dos meses se abrió, procesalmente, en Guatemala un juicio por genocidio, y otros delitos de lesa humanidad, contra dos altos militares que tuvieron una participación destacada en la contrainsurgencia que combatió a la guerrilla, de inclinación marxista, durante los treinta y tres años del enfrentamiento armado que sufrimos desde 1960 y que terminó oficialmente con la firma de la paz, en diciembre de 1996.

E independientemente de cual sea el resultado del proceso, el caso es que por primera vez se escuchó de manera contundente, y pública, a algunas de las víctimas  que sufrieron los excesos que cometió en ese periodo el ejercito de Guatemala, como violaciones colectivas y asesinatos de mujeres (incluyendo niñas pequeñas), asesinatos a niños y ancianos,  masacres, quemas de aldeas,  y muchas atrocidades más, inenarrables. El caso es que el juicio se sigue por lo que se hizo a la etnia Ixil, una de las 22 del pueblo maya; etnias que también padecieron en la misma forma. Se calcula que fueron asesinadas doscientas mil personas y que se dio un millón de desplazados.

A partir de ahora, con ese juicio habrá un antes y un después en Guatemala, porque se escuchó oficialmente a los sin voz, y porque  muchas personas, citadinas principalmente, se enteraron que  con los hechos denunciados se violó la ética de la guerra en la que se respeta a no combatientes,  y que aún a los combatientes, cuando son capturados, se les debe respetar la vida. Se enteraron también de las condiciones indignas en las que han vivido la mayoría de los indígenas de Guatemala, que engrosan la lista de quienes viven en extrema pobreza. Muchas personas, entre ellas jóvenes que aún no habían nacido cuando se firmó la paz, saben ahora que la guerrilla tenía colaboradores y combatientes que tomaron ese camino porque querían una vida mejor, una Guatemala con justicia social.

Esto está generando una conciencia para que no vivamos otro enfrentamiento armado, y que para construir una verdadera paz se necesita justicia, pero también modificar las estructuras sociales, económicas y políticas que se tienen actualmente,  para que todos y todas, sin excepción, tengan  una vida decorosa y digna, por lo que debe desaparecer la extrema pobreza y otros males ancestrales que han caracterizado la vida de Guatemala durante un poco más de cinco siglos.

El juicio también es histórico porque es la primera vez en el mundo en el que se juzga a unos acusados por delito de genocidio y otros delitos de lesa humanidad, que según Convenciones internacionales sobre la Mater, ratificadas por el país, nunca prescriben aunque se hayan emitido leyes de amnistía, por jueces nacionales, en un tribunal nacional y con abogados litigantes del país. Esto abrió una puerta para situaciones parecidas en otras partes del mundo.

En lo personal espero de todo corazón que este juicio sirva efectivamente para construir la Guatemala que queremos las personas de bien, en paz y con justicia social.